Uno de los grandes desafíos de la comunidad es prepararse para afrontar de manera adecuada los efectos del cambio climático y la intensificación de los eventos hidrometeorológicos extremos que ocasionan un detrimento de la calidad de vida de gran parte de la población, en especial los sectores vulnerables.
La recurrencia de eventos de gran concentración de precipitación en pocas horas, o nevazones en zonas de baja altitud, generan cada año pérdidas de vidas y efectos nocivos en la comunidad, al dañar viviendas, espacios públicos, vías de acceso, juntas de vecinos y establecimientos educacionales, entre otros.
Considerando lo anterior, debemos comprender que la denominada 'Gestión del riesgo' debe ser vista como una política de desarrollo que implique establecer relaciones de sostenibilidad, seguridad territorial, derechos e intereses colectivos y mejoramiento de la calidad de vida y bienestar de los habitantes.
Pero esta 'Gestión del riesgo' no es responsabilidad exclusiva del Estado y sus instituciones, sino que implica corresponsabilidad entre sector privado y comunidad, donde todos seamos actores claves y colaboremos en generar mayor seguridad territorial, entendiendo ésta como la capacidad de un territorio para ofrecer a sus habitantes condiciones de estabilidad, que impidan que amenazas de distinto origen, puedan convertirse en catástrofes.
Si no mitigamos o disminuimos las condiciones de riesgo, el aumento del peligro será paulatino hasta llegar al desastre.
En este contexto, no sólo las medidas estructurales evitan una calamidad, sino que todos podemos cooperar en medidas no estructurales, como mantener limpio el cauce que deslinda con nuestra propiedad, o cuidar, mantener y generar una adecuada cobertura vegetal en torno a áreas de mayor inestabilidad como laderas de alta pendiente, o evitar la obstrucción de desagües de agua.
Resguardar el territorio que habitamos es la responsabilidad de todos y puede hacerse a partir de pequeñas acciones.