El Hotel Continental de Temuco, 1920. Un tímido adolescente de 16 años, de rostro afilado y ojos 'luminosamente oscuros' (valga el oxímoron) acude a ver a la directora del Liceo de Niñas: una mujer de 31 y poeta connotada que suele recibir en ese sitio a las jóvenes promesas, ávidas de su opinión. Pero la señora le dice a la amiga que vive con ella -Laura Rodig- que no puede recibir al joven porque tiene una jaqueca. No obstante, éste la espera en el vestíbulo y luego se retira, no sin antes dejarle a la maestra sus poemas. Al día siguiente y a despecho de su timidez, el joven acude de nuevo y esta vez la poeta lo recibe y le dice unas palabras indestructibles: "Me he arreglado para recibirlo, porque ayer estaba enferma y no lo pude hacer; pero al leer sus versos me he sanado, porque usted sí es un poeta de verdad". Es el mentado encuentro temuquense entre Pablo Neruda y Gabriela Mistral, los inmensos escritores nacidos en el único país de lengua castellana que -con la excepción de España- ostenta más de un Premio Nobel de Literatura.
Y a propósito de aquello, hoy se conmemora un nuevo aniversario -el 126- del nacimiento de la poeta del valle del Elqui, quien durante poco más de un año residiera en la ciudad de Ñielol, experiencia que le fue bastante ingrata, pero que forma parte de todos los hechos que son, que fueron y que serán en su vida auténtica y tenaz, tantas veces sometida a la maledicencia chilenera.
Gabriela Mistral, quien le heredó su nombre al liceo del que fuera directora, no pasa actualmente por su mejor momento. Se le admira con distancia (nada nuevo en el contexto de neo-analfabetismo que vivimos) y los noveles creadores -que son quienes llevan la antorcha de la poesía- sienten que su verbo adusto y pedregoso, su ascetismo y religiosidad furiosa, no los representan. Pero Gabriela volverá a saborearse, porque la alta poesía tiene algo intemporal.
Según decía de sí misma, la autora de "Ternura" tenía dos ángeles custodios: uno era el poema, y el otro la prosa y la lección, emanada de un discurso crítico y humanitario, partidario sin duda del cambio social. Enrique Lihn (1929-1988), vate que sí cuenta con la anuencia de los jóvenes, le escribió unos versos que a todas luces nos dan cuenta de la estatura ética de quien es quizá nuestra más grande poeta: "Creo verla poner a su desgracia / el rostro grave y dulce que espejea en su verbo. / Escuchémosla hablar, roto el silencio / no atinaremos a llamarla ausente".
Luis Marín,