La maldita primavera, como dice una canción pop, trae, además de la alergia, una atosigante oferta culturosa. Las patéticas ferias del libro municipales proliferan, incluida la ordinaria Filsa, los recitales rockosos y mucho arte callejero para que la gente consuma políticas públicas del área. En nuestras ciudades municipalizadas es un padecimiento vecinal ser alcanzado por esta fiebre perturbadora del consumo de arte estacional que, además, aumenta con proyección veraniega, como un sucedáneo del turismo. Ahí es donde tiene sentido un departamento de cultura municipal. Esto de estar importando el gesto carnavalesco y la callerización de arte y la cultura es muy kitsch. También lo es que la sede del ministerio de cultura esté en Valparaíso, gesto administrativo que extrema la asistencialidad cultural. El ministro seguirá operando desde Santiago, porque ahí está la verdad del arte y la cultura, ese es el mensaje del sentido común político.
Lo peor de la provincia es cuando decide serla, cuando asume radicalmente su secundariedad y el ser discriminada por parte del centro metropolitano exhibiendo eventos y fiestocas públicas que tengan efecto masivo. Lo que más cuesta es la valoración no voluntarista de lo local y la producción autónoma y centrificada, o sin asumir deficitariedades identitarias, que es lo típico. Y no me refiero a la exotización de prácticas marginales o la tristemente célebre balnearización o carnavalización de la provincia. La vieja operación de tener actividades culturales para el turista. Es decir, confundir cultura con evento.
Cuando viví en una ciudad pequeña, pero que albergaba un gran puerto, en el colectivo al cual yo pertenecía planteábamos estas cosas con mucha convicción, tratando de promover la productividad local, pero éramos rechazados de plano. Recuerdo como si fuera hoy que una de las funciones subalternas que a mí me asignaban, en una feria del libro maldita, era invitar a escritores de verdad (santiaguinos), no como uno, para que le dieran realce al evento; lo mismo ocurría con los músicos. El éxito de la actividad consistía y dependía de invitar a "filetes", esa era la jerga. Con esa misma lógica funcionan, muchos centros culturales en regiones, haciendo eventos con artistas metropolitanos.
La más potente renovación de la producción escritural de este país, a propósito de lo mismo, se ha realizado en lugares apartados o en zonas territoriales marcadas por productividades genuinas. Estoy pensando en Pablo de Rokha y en Alfonso Alcalde, pero también en Óscar Barrientos y en Daniel Rojas Pachas, entre otros operadores territoriales de escritura. Esto sin dejar de reconocer el registro de las narrativas urbanas profundas. La razón editorial dominante junto al negocio académico literario, y con alianzas tácticas con el campo periodístico, decide la validez de las prácticas. Según este punto de vista dominante la primacía no la tiene la escritura, sino la invención editorial de libros; eso ha decidido la razón metropolitana, hoy no se escribe, se edita. Por eso la perspectiva territorial de escritura que recupera la experiencia ficcional del paisaje es despreciada en los lugares en que se ejerce, porque la provincia sólo consume lo que ha sido sancionado allá, en el centro decisional. Cuando ocasionalmente algún sistema crítico legitima alguno de nuestros relatos, aumenta exponencialmente el desprecio en los pueblitos que habitamos, precisamente por eso, porque somos de acá, no de allá.
pueblos abandonados
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .