"La escuela tomada" Phineas Gage"
"La vida eterna de
"Hijo de ladrón"
"Chancho Cero"
"No se oye, padre. Memorias políticas de Armando Uribe Arce"
Escrito entre el 2009 y el 2015, y a horcajadas entre la memoria y el ensayo de historia, traza el acontecer en torno a la toma de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile en el año 2009. Consta de diez capítulos que abren con epígrafes diversos: Saul Bellow, Alejo Carpentier, Norman Mailer y George Orwell, entre otros. Los primeros cinco son una crónica del hecho: la toma y posterior intervención de la rectoría; los últimos cinco son ensayos de alguien que lleva 36 años en el sistema universitario chileno y para quien la principal tarea de la universidad es cultivar, formar y ejercitar el intelecto. El texto está escrito con gracia, es ágil y abundan las polémicas, los dimes y diretes. Jocelyn Holt observa que las universidades públicas han sido el gueto de la izquierda más dura en Chile, que ambas comparten el ánimo derrotado y son los "(anti) socios dialécticos del liberalismo predominante". Advierte también sobre cómo los movimientos sociales pueden resbalar hacia el fascismo y lamenta el decaimiento de las Humanidades a favor de las ciencias duras que proclaman aquello de "el conocimiento es poder".
Siendo un quinceañero, en 1912, el escritor Manuel Rojas cruzó a pie la Cordillera de los Andes entre Argentina y Chile. Parte de esas duras vivencias y otras están en la novela Hijo de ladrón, uno de los primeros atisbos desde la narrativa chilena hacia estilos más contemporáneas y renovados, un relato que sobrepasaba el criollismo o el naturalismo y echaba mano a formatos vanguardistas como el uso de la corriente de la conciencia que imponía James Joyce o William Faulkner. Para esta edición, Christian Morales y Marco Herrera emplearon cuatro años en adaptar el texto de Rojas a un formato gráfico basado en ilustraciones de Luis Ernesto Martínez. En blanco y negro, el volumen le da cara y cuerpo al entrañable personaje de Aniceto Hevia y su existencia áspera y gozosa desde el anarquismo a los bajos fondos, practicando uno y mil oficios: lanchero, peón de campo, ferrocarrilero o pintor de brocha gorda, igual que el mismo Manuel Rojas quien se consideraba "una especie de obrero que escribe libros porque para ello tiene facultades".
En su debut como novelista, el periodista Francisco Aravena tomó un caso extremo de la medicina: el de un obrero estadounidense llamado Phineas Gage, que en 1848 y por accidente fue atravesado desde su mentón hasta la coronilla por un fierro. El joven, que tenía 25 años al momento del incidente, sobrevivió por casi una década a la herida que lo cambió para siempre. Gage, de quien se conserva el cráneo en un museo de Massachusetts, es puesto en la ficción por Aravena en la ciudad de Valparaíso, lugar al que dice la historia oficial llegó en 1852 y donde estuvo hasta 1859 trabajando como conductor de un carruaje de seis caballos que recorría la vieja ruta entre la capital y la ciudad puerto que hizo Ambrosio O'Higgins. Añade al relato las voces de otros personajes reales que conocieron el caso: la del médico Manuel Antonio Carmona, uno de los padres de la siquiatría chilena y pieza clave en el caso de la Endemoniada de Santiago, y su maestro Lorenzo Sazié, que fue uno de los pilares de la medicina en Chile. La obra ofrece pinceladas bien documentadas sobre el Valparaíso de la época, uno bullente de actividad y extranjeros, caen en el relato que también inquiere sobre los recién descubiertos terrenos de la neurociencia y el arrojo de quienes encabezan las investigaciones médicas, con un pie en la luz y otro en la sombra.
Publicados entre junio de 2000 y octubre de 2001, nos remontan a los orígenes de la Escuela de Lobotomía donde vagan felices, y a veces no tanto, los alumnos encabezados por Manuel "Moco" Soto, presidente del centro de alumnos. Estos primeros episodios cuentan cómo llegó Chancho a la escuela y se convirtió en un gurú a veces, y otras en un villano junto al pérfido Decano Avellana y su secuaz, el "subprofesor" Moya. Lo vemos metiendo goles a los de Economización Económica, de paseo en Cartaguano y haciendo frente al Megaguanaco. Personajes como Malenita Cuafato, eterna ayudante de Moco; Aparato, el que llevaba tres carreras y era "experto en sordidez universitaria"; Bartolomé Calavera, famoso fanático religioso; y Santo Bebedor, patrono del alumnado, refrescan la memoria de una tira cómica que jugaba muy bien exagerando lo decadente y feliz que a veces es la vida universitaria, una ventana al "capeo con ping pong, el patio-cantina, las pruebas con punto base, las licencias por depresión y el Ron Silber".
La autora de esta compilación se interesó por Uribe desde los tiempos del exilio, cuando él vivía en París y ella estaba en Madrid. Aquellas entrevistas la acercaron y ya en Chile, estudiando Literatura, conoció su obra y lo contactó por su magister. Memorias, ensayos, poemas y conferencias, de un período de más o menos 30 años, pasaron ante sus ojos. Lo político empezó a aflorar en reflexiones, por ejemplo, sobre la presencia de Estados Unidos en Sudamérica, sus impresiones sobre el Golpe del 73, el pinochetismo, el exilio y el derecho minero en los ochenta, una materia que conoce profundamente. "Uribe es un hombre notable, consecuente y lúcido, mordaz, implacable cuando se trata de decir lo que piensa. Es fiel a los valores de la dignidad, la solidaridad y la justicia. Para mí es el mismo hombre en su poesía, en su discurso como ciudadano o en su vida familiar. La consecuencia entre su pensamiento y sus actos es su característica más notable. Es católico, apostólico y romano, como él mismo se define, y condena a la vez, sin eufemismos, lo que él llama el "sistema capitalista neoliberal desregulado" que rige en Chile", afirma la autora.