En Santiago miles de personas y sus hijos presenciaron un gran desfile de "Navidad". Entre las enormes figuras alusivas a diversos personajes, curiosamente no estaban los Reyes Magos, ni la estrella de Belén, ni la Virgen María y San José, y más sorprendentemente, tampoco el niño Jesús. Todos cantan y exclaman "Feliz Navidad"…o sea, "Feliz Nacimiento"…pero el recién nacido no está…Es como hacer una gigantesca fiesta de bautizo, pero sin el niño ni sus padres.
Temuco no es excepción. Los arreglos "Navideños" en la vía pública, o en las vitrinas de tiendas y centros comerciales, muy rara vez exhiben un pesebre. Se cree más y se compra ropa amarilla para la suerte, que en la Salvación que trae Jesucristo. En no pocos hogares se ha vuelto sinónimo de estrés, endeudamiento, competencia de regalos.
Si no estamos atentos, para algunos de nosotros, podría repetirse lo que le ocurrió a María y José esa noche en Belén. Una ciudad abarrotada de gente y actividades por un censo, no sólo no le reconocieron, sino que debieron ir al campo a dar a luz al niño, porque sobraban, molestaban, y "no hubo lugar para ellos en ninguna posada". Allí sólo le reconocieron humildes pastores, a ellos, los "últimos" de esa sociedad, no a los soberbios y autosuficientes, Dios les escogió para anunciarles la llegada del Mesías. Jesús, nace y sigue naciendo en cada hombre y mujer que lo anhela, que lo busca, que espera con ansias su llegada para acoger su salvación de todo mal, de todo pecado, de la muerte eterna, de todo lo que deshumaniza y destruye al ser humano. Una salvación liberadora que le devuelve su dignidad de ser hijos de Dios, y que le trae un proyecto de vida nueva basado en el amor verdadero, capaz de transformar el corazón humano, la sociedad y el mundo.
Por eso en las Bienaventuranzas proclamadas por Jesús, llamó "felices" a los pobres de espíritu, a los que lloran, a los humildes, a los que tienen hambre y sed de justicia, a los misericordiosos, a los limpios de corazón, y "humildes", a los constructores de la paz, a los perseguidos por defender la justicia, a los que sufren por la causa de Jesús. Porque heredarán la tierra, serán consolados, saciados, recibirán misericordia, serán llamados hijos de Dios, porque de ellos es el Reino de los Cielos, y entonces serán capaces de ver a Dios. En esta espera, con nuestra conversión, oración, actos de justicia y solidaridad, gestos de perdón y reconciliación, a nivel personal, familiar y social, "presionemos" al Señor a que apresure su venida. Entonces será Navidad, un nacimiento que necesitamos hoy más que nunca.
Héctor Vargas Bstidas, obispo de Temuco