Si quieres paz, vence la indiferencia
Cada año la imprudencia y el estilo temerario de los bañistas, especialmente de los más jóvenes, es lo que dispara las cifras de accidentes de verano. Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás.
Al comienzo del nuevo año, quisiera acompañar con esta profunda convicción los mejores deseos de abundantes bendiciones y de paz, en el signo de la esperanza, para el futuro de cada hombre y cada mujer, de cada familia de nuestra Región. El 2016 nos encuentre a todos firme y confiadamente comprometidos, en realizar la justicia y trabajar por la paz en los diversos ámbitos. Sí, la paz es don de Dios y obra de los hombres.
Las guerras y los atentados terroristas, con sus trágicas consecuencias, las persecuciones por motivos étnicos o religiosos, las prevaricaciones, la violencia indiscriminada y la corrupción, han marcado de hecho el año pasado, de principio a fin, multiplicándose dolorosamente en muchas regiones del mundo. Pero algunos acontecimientos de los años pasados y del año apenas concluido me invitan, en la perspectiva del nuevo año, a renovar la exhortación a no perder la esperanza en la capacidad del hombre de superar el mal, con la gracia de Dios, y a no caer en la resignación y en la indiferencia. Los acontecimientos a los que me refiero representan la capacidad de la humanidad de actuar con solidaridad, más allá de los intereses individualistas, de la apatía y de la indiferencia ante las situaciones críticas.
La primera forma de indiferencia en la sociedad humana es la indiferencia ante Dios, de la cual brota también la indiferencia ante el prójimo y ante lo creado. Esto es uno de los graves efectos de un falso humanismo y del materialismo práctico, combinados con un pensamiento relativista y nihilista. El hombre piensa ser el autor de sí mismo, de la propia vida y de la sociedad; se siente autosuficiente; busca no sólo reemplazar a Dios, sino prescindir completamente de él. Por consiguiente, cree que no debe nada a nadie, excepto a sí mismo, y pretende tener sólo derechos.
La indiferencia se manifiesta en personas, instituciones y Estados que prefieren no buscar, no informarse y viven su bienestar y su comodidad indiferentes al grito de dolor de la humanidad que sufre. Casi sin darnos cuenta, nos hemos convertido en incapaces de sentir compasión por los otros, por sus dramas; no nos interesa preocuparnos de ellos, como si aquello que les acontece fuera una responsabilidad que nos es ajena, que no nos compete. Cuando estamos bien y nos sentimos a gusto, nos olvidamos de los demás, no nos interesan sus problemas, ni sus sufrimientos, ni las injusticias que padecen. Reaccionamos sólo cuando somos nosotros los afectados. Nos viene a la mente la primera y dramática indiferencia, cuando Dios pregunta a Caín: "¿Dónde está tu hermano Abel?", y él responde "De mi hermano, nada sé!!"...Cuánta necesidad tenemos del don de la paz, pero ella es fruto de la misericordia mutua, cuando los dolores, los gozos y las esperanzas de cada uno, son los de todos. Es la base de la fraternidad, condición para la paz.
Héctor Vargas, obispo de Temuco