Dibam, Consejo, territorio
L a huelga de la Dibam (Dirección de Bibliotecas Archivos y Museos, por si alguien no se acuerda) no tuvo el mismo impacto público que la del Registro Civil; obvio, el trámite burocrático de la identidad no se compara con la identidad cultural. Ni en los museos ni en las bibliotecas había filas de gentes ansiosas esperando turnos éticos. El paro finalizó con la firma de un acuerdo marco, la situación nos permite reflexionar sobre esta nueva institucionalidad que surgiría con el nuevo Ministerio de la Cultura. La primera sensación que tengo como usuario de los servicios culturales, es que los funcionarios que se movilizaron no nos tienen muy en cuenta, en el sentido que sólo les preocupa su situación laboral y corporativa en el nuevo ordenamiento; dudo que su preocupación sea la implementación de políticas públicas. Siento que les hacen el juego a sus empleadores, cuyo único interés tiene que ver con un mero trámite legislativo que le dé continuidad a una dinámica política. Sentía algo parecido con los profesores que sólo les preocupaba la cuestión reivindicativa, sin tocar el modelo educativo. En pleno conflicto Dibam me acerqué a la Biblioteca Santiago Severín de Valpo para pedir alguna información local sobre el asunto y fui maltratado por un funcionario que me dijo que estaba todo en los medios. Recordé de inmediato las bibliotecas públicas municipales feas y a mal traer que me tocó padecer en algunas localidades. No pretendo generalizar, pero son estos detalles los que construyen diferencias. Pocos días antes yo había recibido un correo que me solicitaba darle visibilidad mediática a la demanda de los funcionarios. Y puedo estar de acuerdo con sus peticiones en relación a las condiciones de su traspaso de un ministerio a otro y de que no se habrían cumplido compromisos al respecto, pero lo otro, como es el patrimonio esquivo, el quiebre del modelo bibliotecario o todo el abanico archivístico que ofertan las ciudades como ejes memorísticos, de eso, nada. Como trabajador independiente de la cultura colaboré alguna vez con la biblioteca municipal de San Antonio, junto a otros colegas. Ahí fui testigo de algo que la nueva institucionalidad debiera enfrentar, porque esas bibliotecas suelen tener una doble dependencia: por un lado el municipio y por otro, el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas, pero que en la práctica la corrupción municipal las interviene, ya sea pagando favores políticos o con la comparecencia de poderes fácticos que las utilizan como plataforma de poder. El resultado es que en esas bibliotecas (y también museos) no siempre trabaja gente profesional, como bibliotecarios o antropólogos, sino especuladores de toda laya, cuestión que en su oportunidad, cuando yo participaba de un gremio de escritores, denunciamos, sin resultado, por cierto. En resumen, no les tengo mucho cariño a los funcionarios del Estado, y menos en esta área, creo que utilizan el modelo del desprecio, igual que sus jefes y no parecen amar su pega, da la sensación de que sólo quieren jubilar. Veo una distancia insalvable entre las bibliotecas y los museos, y los territorios en que están instalados. Hay una mediación que siempre está al debe. Ojo, esto puede ser una generalización y una imagen personal, pero no percibo una buena energía institucional, sólo voluntad corporativa. Como usuario deseoso quisiera ver a las comunidades volcadas genuinamente hacia el libro y el patrimonio, con un modelo acogedor de gestión.
Por otra parte, la mecánica administrativa que los considera servicio o subsecretaría, corresponde a paradigmas sistémicos que no son de interés público, sobre todo porque esas decisiones acontecen entre cuatro paredes, y es difícil, en este contexto, que sea de otro modo. Quizás esta disputa entre la Dibam y el Consejo represente las dos modalidades del mundo cultural, por un lado el área más de creación y, por otro, la de conservación, dicho a la bruta.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .