El otro día me llegó, formalmente, el fallo de un concurso de cuentos que organiza la Municipalidad de Talca, se trataba del concurso literario Stella Corvalán. Obtuve una humillante mención honrosa, fui el último de una larga lista de menciones, entre ellos había varios colegas, estaba la Natalia Berbelagua y Juan Cameron, y otros que no conozco, pero que ubico. Me pareció divertido que un poeta participara en concursos de narración, nunca he enviado poemas a un concurso. Recordé también que participé en otros dos de los que nunca más supe, el Fernando Santiván de Valdivia y uno que organiza una empresa de transportes, en el que había que relatar alguna anécdota relacionada con plantas de revisión técnica; yo no tengo automóvil, pero participé igual. Una amiga me había hablado de la página "concursosliterarios.org", creo, y me pareció un modo divertido de productivizar un material que siempre uno está trabajando, además, que te obliga a resolver textos pendientes. Supuse que mis colegas participan de esa práctica concursística con algo de pudor y con los mismos argumentos que uno, y que como yo, son humillantemente "derrotados" por amateuristas sin inserción cultural. Bolaño, que también era un concursista eximio, comenta que se encontró con grandes escritores que él no se hubiera imaginado que participaban en concursos del tipo provincianos, como cuando se topó con Di Benedetto. Como que hay una pretensión candorosa en el concursismo (disculpar neologismo), un oculto placer de ser objeto de premiación y ambiciones elementales de reconocimiento, y también, obviamente, de recibir una cierta suma de dinero, necesaria para la manutención, siempre compleja, de un autor. Bolaño sin duda convirtió esta práctica en tópico literario, quizás es parte de lo que alguna vez, desde la experiencia provinciana llamamos municipalización de la cultura, porque muchos de estos concursos son organizados por municipalidades. Al tener carácter municipal no debieran estar exentos de la sospecha de corrupción. Ojo, no estamos haciendo acusaciones, sólo comentando una sospecha fundada contra el mundo municipal. Recuerdo un fallo espectacular de la Municipalidad de Valpo, que contrató a una comisión de expertos para que fallara un premio municipal de literatura, la comisión le dio el premio al mítico Eduardo Correa y el concejo municipal de la época se pasó por buena parte la decisión, que tenía incluso carácter académico, y se lo dio a un poetiso menor, políticamente más correcto. El premio nunca más se otorgó. Yo recuerdo, además, que en San Antonio se dejó de dar el premio municipal de arte, porque existía la posibilidad de que el que escribe esta columna concursara, y dada la escasez de autores locales, era posible que hasta ganara. Nunca más se supo de ese premio, a pesar de que era una resolución alcaldicia que debía sostenerse en el tiempo. Hay una paradoja tremenda en estos procesos de validación de obras y en la búsqueda de la misma. Por lo general, uno como trabajador de la ficción suele transitar por el odio y el desprecio, por eso no se nos quiere mucho, y parte importante de esto depende del cariño institucional local, del cual uno carece; excepto en el mundo capitalino que suele entretenerse perversamente con nosotros los provincianos. Finalmente, no hay nada más rechazable que el escritor cortesano, ese que se entrega indignamente a la razón oficial y renuncia a la clave de esta pega, la maledicencia retórica.
POR Marcelo Mellado*
* Escritor y profesor de Castellano. Es autor de "La batalla de Placilla" .