La escritora que reconstruyó la historia del caminar
Acaba de llegar a Chile el primer libro traducido al español de la estadounidense Rebecca Solnit. Es de 1999 y se llama "Wanderlust: una historia del caminar". En él, la autora reflexiona sobre el turisteo, las marchas, las excursiones y peregrinaciones. Todo lo que tenga que ver con mover los pies. Solnit habla acá de literatura, de su inspiración, por supuesto del libro y también de feminismo.
En "Wanderlust", Solnit explora la relación entre el caminar y los escritores.
La imagen se repite todos los días. A cada momento, millones de personas ejecutan el mismo acto. Suena extraño decir que caminar, en cada una de sus versiones, sea un mismo ejercicio, una sola actividad. Ese es el punto de partida de "Wanderlust: una historia del caminar", de la ensayista norteamericana Rebecca Solnit, el primero de sus libros traducido al español, y que llega a Chile gracias a editorial Hueders.
Pero hay un momento exacto, cuenta Solnit en su libro, en el que comenzó a pensar sobre el caminar. Fue en los años 80, cuando participaba como activista antinuclear en el desierto de Nevada. El grupo iba hacia el lugar donde el gobierno de Estados Unidos había detonado, hasta esa fecha, más de mil bombas nucleares. Para hacerlo, caminaron. Alcanzaron las vallas, las sobrepasaron y fueron arrestados. Aquello, recuerda Solnit, era dar una especie de testimonio corporal de las convicciones que los enfrentaban.
Fue esa sensación la que hizo que la autora quisiera acercarse a desentrañar las variaciones del caminar a través del ensayo. Hace ya 50 años, la también ensayista norteamericana Susan Sontag decía que todo lo que hay en el mundo contiene una suerte de pensamiento. Al parecer, para escribir "Wanderlust" Solnit lo hizo desde la premisa contraria. Su pensamiento iluminó todas las formas del mundo, incluso aquellas que parecen rechazar el caminar, y exploró no sólo su sentido íntimo (la idea del caminar como un viaje espiritual, por ejemplo), sino religioso, como sucede en las peregrinaciones, así como sus variantes literarias, científicas y públicas.
Por eso, da la sensación que en "Wanderlust" encontramos una de las versiones más puras y frescas del ensayo. Solnit es capaz de hablar de los orígenes antropológicos del caminar con el mismo rigor, libertad y sentido poético que cuando analiza la importancia del caminar entre los poetas ingleses del siglo XIX, o el efecto de las carreteras dentro de las ciudades, de los malls y los gimnasios. Suena evidente, pero en "Wanderlust" (un libro escrito hace quince años, pero tan actual que apenas da signos de vejez) uno se adentra de la misma manera que al subir un cerro. Encuentra atajos, tropiezos y revelaciones. Para eso, Rebecca intenta explica el caminar como un acto que le da sentido a nuestra vida, a nuestra conciencia e incluso a nuestra política. Donde antes había caos, Solnit encuentra coincidencias. Donde todo parecía calmo, Solnit lo aviva.
Tampoco debería extrañarnos esta virtud, aunque su nombre no sea fácil de reconocer fuera de Estados Unidos. Luego de veinte libros publicados, de ser nominada al National Book Award y de haber sido editora asociada de Harper's, además de ferviente activista, la obra de Solnit es una de las cumbres de la no ficción norteamericana. De hecho, su último libro de ensayos sobre el feminismo ("Men explains things to me"), cuenta una historia que ronda en varios sitios de internet y que dio pie al uso de un término que ya es parte de la cultura popular norteamericana: el "mansplaining", o la odiosa actividad masculina de sobrexplicar a las mujeres asuntos que ellas ya saben. En la historia, la escritora estaba en una fiesta y se acerca a un grupo en el que un hombre comenta un libro. Ella le cuenta a ese hombre que fue ella quién lo escribió, pero él sigue hablando del libro como si fuera otra persona (un hombre) quien lo escribió. Debió repetirlo cuatro veces, hasta que el hombre palideció.
Aunque estemos lejos de conocer ese libro en español, la virtud de Solnit (tanto en esa historia como en "Wanderlust") está en observar temas donde otros pasan de largo, a través de formas que uno creía repetidas y muertas.
-¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Recuerdas algún momento en particular en que notaste que querías ser escritora?
-Apenas aprendí a leer, me di cuenta que cada libro era una caja mágica, y que había aprendido la habilidad de abrirla. Eso fue a los seis años. Por algunos meses quise ser bibliotecaria, porque vivían entre libros y los amaban. Luego me di cuenta que, de hecho, algunas personas escribían esos libros, y tomé mi decisión definitiva. Por supuesto, luego vino la parte difícil: escribir. Me tomó 15 años hacerlo de una forma seria.
-¿Tienes algunos modelos como escritora?
-Muchos. No en la vida, pero sí en los libros, porque no conocí a ningún escritor sino hasta muy tarde. Las influencias se van acumulando progresivamente, pero la revelación más importante la tuve cuando compré mi primer libro de Borges, a los 15 años. Me di cuenta, súbitamente, lo que uno podía lograr hacer en la no ficción, o al menos en la prosa, sin que estuviera modelado por las convenciones de la ficción. De cómo el universo podía abrirse o dar una vuelta en el transcurso de unas pocas páginas, qué tan imaginativa y poética podía ser la prosa de la no ficción, y de cuántas formas existían para contar una historia, y cuántas historias faltaba por contar. Tengo muchas otras influencias: la crítica de cine Pauline Kael, la novelista lírica Djuna Barnes y George Orwell. Después me influenciaron a muchos escritores latinoamericanos, incluidos Ariel Dorfman (que también es amigo), Eduardo Galeano y Pablo Neruda, porque leo poesía regularmente. Y, un poco más al norte, por supuesto, el revolucionario más poético de nuestro tiempo: el Subcomandante Marcos.
-¿Te sientes parte de la tradición americana de escritores?
-En realidad, de una no-tradición de varios escritores excéntricos: californianos o escritores de la costa oeste, como Barry Lopez y Gary Snyder, pero también de Virginia Woolf y John Berger. También de otros escritores estadounidenses: Thoreau, James Baldwin y Annie Dillard, así como Borges, como te contaba, Walter Benjamin, y de todos aquellos que hacen de la investigación crítica un esfuerzo creativo.
-¿Crees que la escritura es, de alguna manera, una forma de activismo?
-¡Por supuesto! Alguna veces le pregunto a mi hermano -quien también es activista- cuál sería mi actividad más útil, y él siempre me responde: "Seguir escribiendo". Sin embargo, sin participación, sin actos de demostración y sin protestas, sin, de hecho, un compromiso apasionado con los temas que nos interesan, la escritura no será ni útil ni informada. Ambos campos se equilibran entre sí: el exterior gregario y el interior introspectivo.
-En las primeras páginas de "Wanderlust", describes el caminar como "merodear" y "un acto amateur" ¿Crees que escribir ensayos funciona de una manera similar?
-Claramente. Amo que mi profesión sea la escritura en sí misma, y que desde ahí pueda dar paseos hacia cualquier tema.
-Una gran parte de "Wanderlust" explora la relación entre el caminar y los escritores. ¿Piensas que los escritores contemporáneos mantienen esa relación, o quizás ya se perdió?
-Creo que aún hay grandes escritores que son, a la vez, grandes caminantes, como Robert MacFarlane en Inglaterra, o mi amiga jamaicana Garnette Cadogan. Sin embargo, el caminar ya no está, quizás, tan presente en la vida diaria para otros escritores.
-Por obvias razones (el libro fue escrito en 1999) "Wanderlust" no trata el fenómeno de las redes sociales y la tecnología. ¿Cuál es el efecto de las nuevas plataformas en el acto de caminar y la esfera pública?
-Para mí, el más terrible es aquel en que las personas que miran su celular están, al mismo tiempo, evitando el aquí y el ahora. Tratan al espacio entre el hogar y el destino como un lugar vacío y que necesita ser llenado. Más allá de eso, las redes sociales tienden a que la gente no sólo se distraiga por un momento, sino que consiguen que la distracción sea un estado mental constante, y los vuelve incapaces de enfocarse. Aquí, en las sombras de Silicon Valley, uno siempre ve, por ejemplo, a seis jóvenes que esperan por una mesa en un restaurant, mirando sus seis celulares diferentes. Ves a gente interrumpiendo constantemente una cosa por otra, y no se acostumbran a estar con ellos mismos. Todas esas tecnologías bloquean tanto la experiencia de estar con otros, como la profunda experiencia de estar solos. Algún día tendremos otro terremoto aquí, los celulares morirán y veremos muchas experiencias interesantes de aquellos que no están acostumbrados a estar desconectados.
-Si pudieras reescribir "Wanderlust" en el 2016, ¿Qué tópicos te gustaría incluir?
-Black Lives Matter (un movimiento social que realiza campañas contra la violencia hacia afroamericanos) y más acerca del caminar de los negros en los Estados Unidos, el caminar meditacional y las tradiciones de peregrinaje asiáticas.
-¿Tienes alguna definición personal de feminismo?
-El feminismo es la creencia de que todas las personas son iguales y están dotadas de ciertos derechos inalienables. O, como alguna feminista bromeó alguna vez, el feminismo es la idea radical de que las mujeres son personas.
Por Cristóbal Carrasco
"Apenas aprendí a leer, me di cuenta que cada libro era una caja mágica, y que había aprendido la habilidad de abrirla. Eso fue a los seis años".
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