Los 366 viajes en tren que inspiraron a Gonzalo Maier
El escritor chileno ha recibido elogios por "Material rodante", curioso libro concebido en medio de sus habituales desplazamientos en tren entre Bélgica y Holanda. Es también una suerte de diario de vida sobre rieles, atiborrado de citas, reflexiones, recuerdos y elucubraciones en cadena. "Para escribir un libro tan disperso, supongo, hay que ser muy disperso", reconoce el autor recomendado por diario El País.
gonzalo maier viaja todos los días entre lovaina, en bélgica, y nimega, en Holanda. Mirar por la ventana del tren, él lo encuentra encantador. así nació "material rodante", su último libro.
"Este no es un viaje hacia un destino desconocido, sino la repetición de uno. O en el mejor de los casos un viaje en capítulos interminables que se inicia en un país y termina en otro, un viaje que en realidad parece un mantra lento y extranjero como esos que repiten por las mañanas las monjas que están en un monasterio cerca de Limache", apunta el escritor chileno Gonzalo Maier (1981) en "Material rodante", el aclamado libro que publicó por la editorial española Minúscula; un aparente diario de viajes que en verdad es algo mucho más inclasificable, un cúmulo de soliloquios desarrollados entre un trayecto habitual para el autor: su desplazamiento cotidiano entre Lovaina (Bélgica) y Nimega (Holanda). "Son 180 kilómetros que he recorrido más o menos trescientas setenta y seis veces en un sentido y en otro", asegura.
Sentado en un tren, las observaciones de Maier sobre los pasajeros, el paisaje, las estaciones y las costumbres fluyen como rieles, pero va fusionando esas impresiones con disgresiones, recuerdos, citas, elucubraciones serpenteantes y obsesiones varias. Por ejemplo, una araucaria vislumbrada en el camino le da pie para indagar en los pormenores de la botánica y las viejas aventuras marítimas; en otro momento manifiesta una fijación por los prófugos de la justicia que son buscados mediante retratos colgados públicamente, o se entrega a una brillante defensa del pijama como el atuendo perfecto.
Maier logra fusionar cada engranaje con simpleza y fluidez, recorriendo también su infancia, los recuerdos de un profesor de filosofía tomista o ciertos destellos de una adolescencia que recuerda desde la rutinaria pasividad de la vida adulta. Todo esto en medio de la seguridad de los viajes actuales, un bienestar que atenta acaso contra la esencia misma de la aventura. "Se ha perdido la posibilidad imaginaria -pero posibilidad al fin y al cabo- de que todo salga mal", destaca en un particular reclamo.
¿Una novela? ¿Un largo ensayo? Tratar de encasillar a "Material rodante" en un género establecido sería una torpeza. Maier -responsable también de las novelas "El destello" y "Leyendo a Vila-Matas"- ha logrado una obra singular e irrepetible, un diario de vida sobre rieles, una travesía personal que ha sido elogiada por "El País" y "La Vanguardia", entre otros diarios.
"Me pone muy contento. Es una suerte que el libro circule en muchos contextos, que se lea de modos diversos", celebra Maier.
-¿Cómo nace "Material rodante"? ¿Cómo se escribe un libro así?
-El libro se me ocurrió durante los viajes al trabajo. Es muy raro, por lo demás, que en español no exista una palabra para esos viajes menores y cotidianos en que alguien pasa un par de horas yendo de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. En inglés, por ejemplo, se dice "to commute" y en italiano "pendolare". Durante varios años habité ese espacio sin nombre, y creo que "Material rodante" es eso: un libro indefinido, precisamente porque da vueltas en un espacio difícil de nombrar, en el que no se puede hacer más que matar las horas.
-Mirar por la ventana puede funcionar como una película, un dispositivo de narraciones. ¿De qué manera esta mirada definió la obra?
-Las ventanas de los trenes ofrecen una mirada muy extraña. Cuando uno camina o maneja suele mirar hacia adelante. Parece lo natural, pero el pasajero de un tren o de una micro mira siempre de costado, un poco como los lenguados. Y creo que esa perspectiva lateral se presta precisamente para el ocio y para echar a volar la imaginación. A fin de cuentas, el que camina o maneja tiene cierta responsabilidad, debe mirar hacia el frente, pero el pasajero de un tren puede mirar a los costados, perderse. La mirada lateral es sumamente irresponsable y ahí radica su encanto.
-Ese contexto también invita a observar lo intangible. ¿Cómo fuiste aglutinando los recuerdos con las reflexiones y los apuntes más concretos de viaje?
-Para escribir un libro tan disperso, supongo, hay que ser muy disperso. No creo que haya misterio. De todos modos, me gusta montones la idea clásica del ensayo como un camino hacia ninguna parte, como una exploración libre y sin prisas en la que uno se pierde y luego encuentra el camino sólo para volver a perderse. Y ahí cabe todo, claro, desde la vida de botánicos del siglo XIX a una apología del pijama, pasando incluso por pequeños arrebatos de ficción.
Piñones en el bolsillo
"Para mi sorpresa, las araucarias que vi hace unos días eran el resultado de una aventura que tomó varios siglos y atravesó un par de continentes. Claro que una de sus mayores gracias es que comenzó en un bolsillo", anota Maier antes de revisar la historia de Archibald Menzies, un botánico escocés que accidentalmente terminó en Valparaíso y que, gracias a Ambrosio O'Higgins, obtuvo varios piñones de araucaria que guardó en su bolsillo. El autor sigue el trayecto histórico de la especie arbórea como si esa relación funcionara también como una metáfora de su conexión imborrable con su lugar de origen.
"Es una historia fascinante. Me encontré con la araucaria en la frontera entre Holanda y Bélgica y, claro, comencé a investigar cómo llegó hasta allá. Compré varios manuales de botánica en librerías de segunda mano, biografías de cazadores de plantas y me obsesioné bastante con el tema, que está más o menos desarrollado en el libro. Es una historia llena de coincidencias en la que tienen un papel importante Ambrosio O'Higgins, algunos coleccionistas ingleses y el azar", describe el escritor.
-Es interesante como contrastas la comodidad actual con ese tipo de viaje épico que, según la literatura clásica, cambia al héroe en relación al punto de partida. ¿Te interesaba subvertir esa idea a la luz de nuestra rutina cotidiana?
-Sí. Este es solo en apariencia un libro de viajes. De hecho, es un libro sobre la repetición de un viaje, casi al modo de un mantra, y cuando uno repite mucho un viaje, cuando un paisaje se vuelve familiar -por ejemplo, el camino de la casa al trabajo- ya deja de mirar, de estar pendiente. En algún sentido es un libro sobre lo cotidiano, sobre la falta de sorpresas, sobre sacarle punta al aburrimiento para encontrar algo interesante. Es decir, es casi todo lo opuesto a un gran viaje, uno de esos en donde lo exótico salta a la vista.
-También valoras la carga personal que esconde cada viaje. A veces ya conocemos algunos lugares a través de lecturas, películas o referencias.
-No sé si exista algo así como el "viaje real". Todo viaje, a fin de cuentas, es un viaje hacia nuestras expectativas, hacia nuestros prejuicios, hacia las películas que hemos visto sobre ese lugar, hacia la obligación de volver de las vacaciones y decir que lo pasamos muy bien, pese a que haya sido una pesadilla. A veces viajar es como el pastel de choclo: cada uno lo hace a su manera, y supongo que todas están bien.
-¿De qué manera crees que "Material rodante" dialoga con tus obras anteriores?
-El libro anterior, "Leyendo a Vila-Matas", también pasaba sobre un tren y varias veces pensé en no escribir "Material rodante" solo para evitar volver sobre los trenes. Me parecía latero. Pero como decían en los dibujos animados: si no puedes contra tu enemigo, únete a él. Ahora supongo que estoy obligado a escribir otro y decir que siempre los pensé como una trilogía.
Por Andrés Nazarala R.