Si Marilyn Monroe no hubiese muerto, se estaría preparando para recibir un Oscar honorífico en el Teatro Dolby de Los Angeles. Jennifer Lawrence la esperaría estatuilla en mano mientras la diva, arrugada y canosa, se desplazaría a duras penas entre las butacas, asistida por unas de sus hijas. Meryl Streep se levantaría de su butaca y sonreiría emocionada en primera fila. Lo mismo Leonardo DiCaprio, Martin Scorsese y, un poco más atrás, Michelle Williams, quien la interpretó perfectamente bien en "Mi semana con Marilyn". La vida podría ser una vieja película de Hollywood. Y la felicidad, un perfecto broche de oro.
"Murió de una herida devastadora, de un lento desangramiento del alma", dijo Clifford Odets.
en resumen
Si Marilyn no hubiese muerto aquel de agosto de 1962, este 1 de junio habría cumplido 90 años. La casa Julien's Auction subastará 800 objetos suyos: desde un labial a una carta.
Por Andrés Nazarala R
Este miércoles Marilyn Monroe cumpliría 90 años y las imágenes -algo obvias- sobre qué sería de ella si estuviese viva brotan en nuestras cabezas en calidad de ejercicios ucrónicos, como si acaso pudiesen reparar una de las grandes tragedias del siglo XX: la brutal desaparición de esa actriz carismática que, sin contar con demasiado talento, logró opacar hasta al mismísimo Laurence Olivier. Esa rubia que siempre parecerá contemporánea, aunque pasen mil años.
No hay duda de que era una chica sensual, pero Hollywood está lleno de chicas sensuales. Su magnetismo radicaba más bien en su fragilidad, en esa marca trágica y melancólica que llevaba en su frente, escondida bajo un peinado perfecto. Su fin fue un golpe brutal pero también una confirmación de lo que ya todos esperaban.
"Murió de una herida devastadora, de un lento desangramiento del alma", diría el dramaturgo Clifford Odets. Pero podemos decir que también murió de exceso de Hollywood, ese lugar donde "te pagan miles de dólares por un beso y 50 centavos por tu alma", según las propias palabras de la diva. Ahí tuvo que soportar una seguidilla de papeles de rubia tonta, el acoso de la prensa, la presión de rodajes frenéticos y el golpe inesperado de su marido, el dramaturgo Arthur Miller, quien la usó para tener más publicidad. Pero todo daño que le pudo haber hecho queda compensado con el rol que escribió especialmente para ella como guionista de "The Misfits", de John Huston, esa inmensa obra sobre la soledad que lleva una carga mortuoria: Clark Gable falleció días después del estreno y Marilyn, un año más tarde. Fue la película en blanco y negro más cara de United Artists, una megaproducción que, para el cineasta experimental Jonas Mekas, cobra vitalidad gracias a la actriz. "Hay tanta verdad en sus pequeños detalles, en su reacción ante la crueldad, la falsa masculinidad, la naturaleza, la vida, la muerte, que ella se vuelve abrumadora, uno de los personajes más trágicos y contemporáneos del cine moderno", apuntó en la revista "Film Culture".
Pero también la podemos recordar como una femme fatale en el thriller "Niagara", como una cantante fracasada en "Bus stop" o como la comediante nata que siempre fue en "Una Eva y dos Adanes". Muchas Marilyn para tapar a la única Marilyn de la que no podía escapar, esa chica tímida e insegura que Truman Capote retrató en una de sus mejores semblanzas, recordando una tarde que pasaron juntos.
"Ya se iba la luz. Ella parecía desvanecerse con la claridad, mezclarse con el cielo y las nubes, retroceder y ocultarse detrás. Yo quería alzar la voz por encima de los gritos de las gaviotas y preguntarle: "Marilyn, Marilyn, ¿por qué todo tuvo que salir así? ¿Por qué es una mierda esta vida?".
AP Photo/Courtesy Running Press