Entre las cosas que han venido cambiando fuertemente en nuestra cultura, son el aumento en el grado de las peticiones respecto de los propios intereses, acompañado de la exigencia de su pleno cumplimiento ahora mismo y ya, o la rebelión. En nuestra sociedad, en efecto, en caso de no obtenerse de parte de algún sector una respuesta positiva inmediata, las acciones que suelen tomarse como protesta, no siempre son razonables ni proporcionales respecto al porcentaje de lo no conseguido en la negociación previa. La expresión máxima de la falta de capacidad para dialogar, generar acuerdos y construir itinerarios que gatillen procesos graduales y posibles a favor de las mayorías, es la violencia indiscriminada, caos, terrorismo y guerra.
Un común denominador, pareciera ser que la conquista de propios beneficios, suele hacerse al margen del resto de las personas, o incluso de la sociedad en su conjunto. De este modo, normalmente, quien sale perjudicado no son los causantes directos de lo que se considera la fuente de los problemas, sino la población, sobre todo la más vulnerable, que inocente, termina asumiendo los costos y diversidad de sufrimientos de reacciones y amenazas desmedidas. Algunos pagan con su vida. Lo anterior, no significa necesariamente que las demandas de un sector sean objetivamente buenas, necesarias y legítimas desde lo que es justo. Lo que queremos decir es que la búsqueda de un bien personal o sectorial, debe hacerse a la luz del bien común de la entera sociedad.
En ésta existe un sin número de necesidades y de urgencias, de clamores de diverso tipo, en donde se requiere de opciones y de prioridades, que sin duda han de estar focalizadas ante todo en los más pobres, en los excluidos. Podemos pensar en las víctimas de toda clase de violencias, comenzando por la intrafamiliar; en los adultos mayores que por años luchan por pensiones dignas; en los que a los dolores y angustias de sus enfermedades, se suma una atención sanitaria muy deficitaria y en ocasiones denigrante; en miles de familias que durante la vida van adelante con un sueldo mínimo que no logrará sacarlos de la miseria.
Quizás la exasperación de los derechos individuales ha llevado a un clima de exigencias y de intolerancias en donde se llega a perder el sentido del bien común, la solidaridad concretizada en la primacía de los últimos, el realismo que nunca será posible obtenerlo todo para un solo sector, y el respeto por el sistema democrático y sus instituciones, como representativas de la auténtica voluntad popular, a la hora de avanzar hacia objetivos de mayor justicia para todos. Ello implica, sin duda, que el mundo político en sus campañas, sea también bastante más sobrio, realista y respetuoso de la ciudadanía a la hora de ofrecer promesas, que luego pasarán la cuenta.
Héctor Vargas obispo de Temuco