Con el Miércoles de Ceniza, entramos en el Tiempo Litúrgico de la Cuaresma. En efecto, los cuarenta días de la Cuaresma, han sido instituidos en la Iglesia como tiempo de preparación para la Pascua, y entonces todo el sentido de este periodo de cuarenta días hacia la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor, toma luz del misterio pascual hacia el cual está orientado. Podemos imaginar al Señor resucitado que nos llama para salir de nuestras tinieblas, y nosotros nos ponemos en camino hacia Él que es la Luz. Y la Cuaresma no es un fin en sí mismo, sino que tiene como objetivo hacernos resucitar con Cristo, a renovar nuestra identidad bautismal, es decir, a renacer nuevamente «desde lo alto», desde el amor de Dios (cf. Juan 3, 3). He aquí por qué la Cuaresma es, por su naturaleza, tiempo de esperanza. La Pascua de Jesús es su éxodo de la muerte a la vida, con el cual Él nos ha abierto el camino para alcanzar la vida plena, eterna y feliz. Para abrir esta vía, Jesús ha tenido que despojarse de su gloria, humillarse, hacerse obediente hasta la muerte y la muerte de cruz. Abrirse el camino hacia la vida eterna le ha costado toda su sangre, y gracias a Él nosotros estamos salvados de la esclavitud del pecado. Nuestra salvación es ciertamente un don suyo, pero, ya que es una historia de amor, requiere nuestro "sí" y nuestra participación en su amor, como nos demuestra nuestra Madre María y después de Ella todos los santos. En este sentido quien hace el camino de la Cuaresma está siempre en el camino de la conversión, de pasar de la esclavitud del pecado a la libertad de los hijos de Dios, que siempre hay que renovar. Esto exige penitencia e incluso mortificación en los propios deseos e inclinaciones, porque provocar cambios importantes en la propia vida en la dirección correcta, por el bien propio, de los demás y la sociedad, es un camino arduo, como es justo que sea, porque el amor es trabajoso, en el cual la esperanza misma se forma. Todo esto vale para forjar una esperanza fuerte sobre el modelo de la Virgen María, que en medio de las tinieblas de la Pasión y de la muerte de su Hijo siguió creyendo y esperando en su resurrección, en la victoria del amor de Dios. El signo cuaresmal concreto de querer cambiar, se expresa en "atender al huérfano y a la viuda, dar de comer al hambriento, vestir al desnudo, visitar al privado de libertad, preocuparse del enfermo…". Por ello el fruto económico de cuánto nos privaremos en estos días como forma de ayuno y abstinencia, lo entregaremos en las parroquias e irá en ayuda de los adultos mayores en situación de riesgo por su vulnerabilidad social. Será un signo concreto de querer experimentar desde ya, la vida nueva del Resucitado.
Héctor Vargas Bastidas, Obispo de Temuco