Creo que en la sociedad, es necesario romper el círculo vicioso de la angustia y frenar la espiral del miedo, fruto de esa costumbre de centrarse en las «malas noticias». No se trata de ignorar el drama del sufrimiento, ni de caer en un optimismo ingenuo que no se deja afectar por el escándalo del mal. La invitación es luchar con ese sentimiento de impotencia y de resignación que con frecuencia se apodera de nosotros, arrojándonos en la apatía, en la desesperación, o desatando el odio.
La vida del hombre es una historia que espera ser narrada mediante la elección de una clave interpretativa que sepa recoger lo esencial. Para los cristianos, la clave para interpretar cuanto nos ocurre, es el Evangelio, y que siempre resuena como una Buena Noticia. No es buena porque esté exenta de sufrimiento, sino porque contempla el sufrimiento en una perspectiva más amplia, como parte integrante del amor de Jesucristo por la humanidad. En Cristo, Dios se ha hecho solidario con cualquier situación humana, revelándonos que no estamos solos, «No temas, que yo estoy contigo» (Is 43,5): es la palabra consoladora de un Dios que se implica desde siempre en la historia de su pueblo, impulsándonos a ponernos de pié.
Paradojalmente en la Cruz de Cristo, donde humanamente la vida experimentaba la amargura del fracaso total, es donde nació una esperanza definitiva al alcance de todos. Bajo esta luz, cada nuevo drama que sucede en la historia del mundo se convierte también en el escenario para una posible buena noticia, desde el momento en que el amor logra encontrar siempre el camino de la proximidad y suscita corazones capaces de conmoverse, rostros capaces de no desmoronarse, manos listas para construir. Donde la debilidad resulta más fuerte que toda potencia humana, donde el fracaso puede ser el preludio del cumplimiento más grande de todas las cosas en el amor.
El Chile que construimos todos, nos necesita a todos para volver a construir confianzas y esperanzas, en las personas, en las instituciones y sus líderes, especialmente en este año electoral. Tenemos que ser capaces de sentarnos a dialogar, elevando el debate público, para avanzar buscando el bien común y de un modo particular mejorar las condiciones de vida de quienes más lo necesitan. Este ejercicio será fecundo aunando voluntades, si lo hacemos desde los principios fundamentales de una democracia, desde un auténtico humanismo, y desde una concepción de la sociedad que de verdad respete a las personas.
Héctor Vargas Bastidas, obispo de Temuco