Eduardo Henríquez O.
La administradora del Cementerio General de Temuco, Luz Quezada Durán, recuerda que en 1977 cuando llega a trabajar al recinto, tiempos en que la administración del mismo estaba en manos del Servicio Nacional de Salud, la entrada al camposanto era un verdadero cuello de botella por el grueso volumen de deudos que llegaba o salía luego de visitar a sus difuntos.
Ayer, la situación era muy distinta. Si bien había un flujo constante de personas, no había aglomeración alguna. Pese a ello, se estima que 16 mil sepulturas son visitadas en esta fecha, cada año, lo que corresponde al 80% de 20 mil tumbas y nichos que tiene el Cementerio General de Temuco, lo que se traduce en una población global aproximada de 100 mil personas sepultadas allí.
"Creemos que la lluvia de la jornada y el hecho que las familias comenzaron a venir el viernes pasado y todo el fin de semana al cementerio, hizo que hoy se viera menos personas en el lugar, pero cada año vemos que el 80% de las sepulturas amanece con arreglos florales el 2 de noviembre", comentó la administradora.
Tradición familiar
Entre quienes estaban ayer en el camposanto, limpiando o acomodando arreglos florales, estaba la familia Henríquez Sanhueza.
Trece personas en total sentadas en torno a la tumba de dos seres queridos: Dagoberto Henríquez (patriarca del grupo familiar 1927-1990) y Luis Henríquez Sanhueza (hijo, hermano y tío). La esposa y madre, María Sanhueza junto a sus cinco hijos, más nietos, yernos y nueras, compartían una tradición que se ha extendido por 27 años.
Cada 1 de noviembre, al mediodía, se reúnen allí para recordar y prolongar la unidad que les inculcó don Dagoberto, unión que extiende también a los domingos aclanados en casa de la matriarca, esto como un legado y una costumbre que no pretenden abandonar.
"Somos 40 integrantes en esta familia y nos gusta mantenernos unidos. Pero esta fecha es sagrada, nos reunimos porque somos aclanados. De hecho hoy vinimos pocos para lo que suele ser la costumbre", comentarios madre e hijos.
La fe en la oración
Como ellos, pero de una manera distinta, quien también acudió ayer al Cementerio General de Temuco en el Día de Todos los Santos fue María Teresa Bravo.
Con las manos juntas y los dedos entrecruzados a la altura del pecho, de pie frente al "calvario", monolito que recuerda a personas sepultadas en sitios lejanos del país, esta mujer católica confesó que se acerca todos los años al lugar para rezar por el alma de las personas olvidadas y por aquellos que están en el purgatorio o limbo, costumbre cristiana, dice, que muchas otras personas asumen en silencio.
"Yo soy de la Iglesia Católica y nos gusta mucho rezar y peregrinar por las personas que nadie visita en el cementerio, por las personas que ya nadie reza. ¿Para qué? Para que descansen en paz, porque esa es nuestra misión en la tierra. Ellos rezan por nosotros y nosotros por ellos. Así cuando partamos sabremos que alguien rezará por nuestra alma", explicó esta vecina de Pueblo Nuevo.
Afuera del recinto hubo flores y comercio de ocasión por doquier, prédicas con altavoces y las favoritas de la temporada que se iban como pan caliente, las nalcas.