El domingo recién pasado concluíamos el "Año Litúrgico", con la solemnidad de "Cristo Rey del Universo". Fueron muchos los hermanos que, desde los distintos rincones de nuestra Diócesis, llegaron para dar testimonio de su fe. A la vez celebramos el Congreso Eucarístico Diocesano. Agradezco a todos los que participaron de una u otra manera, puesto que, nos brindaron una "inyección" de esperanza, con su entusiasmo y alegría.
Este domingo, comenzamos a vivir un nuevo "Año del Señor", con el tiempo llamado "Adviento". El Catecismo de la Iglesia Católica dice:"Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador, los fieles renuevan el ardiente deseo de su segunda Venida (cf. Ap 22, 17)". (CEC, 524).
Se habla aquí de una doble venida del Señor. Por una parte, "recordamos" (volvemos a traer al corazón) a Jesús nacido en Belén. Y, por otra, se nos invita a mirar hacia adelante, anunciándonos que ese mismo Señor volverá al final de los tiempos, para llevar a plenitud su obra de salvación y reconciliación de toda la creación.
Pero el tiempo del Adviento no mira sólo al pasado y al futuro, sino que, mira también al presente. Si bien el Señor vino y vendrá, el Señor también está viniendo a nuestro encuentro todos los días de nuestra vida, por ello miramos a Jesús resucitado que está entre nosotros y que sale, constantemente, a nuestro encuentro.
En nuestro tiempo muchos van por el camino, inseguros, desorientados y sin esperanza. También hay cristianos viven esta situación. Vivimos el miedo por lo que viene, por asumir compromisos duraderos, miedo a luchar por el don de la vida. Hay vacío interior y pérdida del sentido de la existencia y en la raíz de todo está también el intento por sacar a Dios de nuestra vida, de excluir al Dueño de la Vida.
No podemos vivir sin esperanza y ella consiste en armonizar nuestros pasos con los de Cristo. Sin la esperanza la vida del hombre se vuelve insoportable y buscará saciarla con realidades efímeras en donde la esperanza queda reducida al ámbito intramundano, cerrada a Dios. Una esperanza que se conforma con un paraíso puramente terrenal prometido por la ciencia, la técnica, la felicidad hedonista, el consumismo… Pero todo ello aparece como un final ilusorio, incapaz de satisfacer la gran sed de amor y de felicidad verdadera que el corazón del hombre sigue buscando y que sólo Dios le puede dar.
Volvamos la mirada y el corazón a Dios, "vigilantes", listos para dejarnos encontrar por el Señor, dejar que Él nos despierte, pues corremos el riesgo de dormirnos, de entretenernos tanto con el tiempo presente y olvidar que estamos en camino hacia la Casa del Padre.
Héctor Vargas, obispo de Temuco