Durante lo que va del año, cada rincón del mundo se ha visto afectado total o parcialmente por el COVID-19. Si bien, a lo largo de la historia, el escenario global ha sido golpeado por una serie de crisis, incluida la gran recesión financiera de 2008, en cada oportunidad los niveles de desarrollo humano han progresado paulatinamente año tras año. Sin embargo, esta tendencia se podría ver considerablemente afectada producto del virus, el que ha significado un triple impacto en términos de salud, educación e ingresos, además de sus múltiples repercusiones en el bienestar individual y de la sociedad en su conjunto.
No cabe duda que las ciudades han sido el epicentro de estos impactos y para bien o para mal, la pandemia nos ha demostrado la urgencia de implementar una agenda de desarrollo que concentre esfuerzos políticos, económicos, sociales, científicos y tecnológicos para construir un presente inclusivo, sostenible y resiliente. Generalmente, estas expectativas son atribuidas a lo que podemos construir en el futuro, no obstante, hoy queda en evidencia una deuda social y ambiental que pronto puede llevarnos a una banca rota global.
El año 2015, Chile suscribió la Agenda2030 en conjunto con los países miembros de las Naciones Unidas, y con ello el compromiso de cumplir con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La relevancia de esta agenda se ha plasmado en una serie de acciones que apuntan a la disminución de la pobreza, la desigualdad, contrarrestar los efectos del cambio climático, fortalecer la inversión en energías no contaminantes, entre otras. Si bien los avances han sido más bien discretos, bajo el contexto actual de pandemia, el desafío de alcanzarlos compromete significativamente las expectativas planteadas al horizonte 2030. Adicionalmente y como se ha visto en otras manifestaciones de la naturaleza, los mayores afectados son aquellos que conforman la población de menores recursos, y esta oportunidad no ha sido la excepción. Por nombrar algunos ejemplos, durante estos meses hemos sido testigos de precarias condiciones de acceso a la salud pública, una pérdida importante de empleos, largas filas para abastecerse de alimentos, y una evidente brecha digital que desafía los avances en todos los niveles educacionales, la que es aún más crítica en zonas rurales.
Por tanto, volver a la esperada "normalidad", no parece ser la mejor opción ni en el corto, mediano ni largo plazo. No olvidemos que esa normalidad es la que nos trajo a este punto. Uno que, sin duda, demanda profundas transformaciones en el paradigma actual, el que está obsesionado con el consumo y crecimiento económico, nos haga o no prosperar, y sin considerar los límites del sistema socio-ecológico que nos brinda soporte. Sin embargo, si hay algo bueno que podemos rescatar de esta crisis, es que nos invita a salir de la zona de confort que llamamos "normalidad" para repensar nuestros espacios, nuestras ciudades y nuestros valores, bajo un contexto que permita avanzar efectivamente hacia un desarrollo sostenible. Y esta vez, como dice el lema de la Agenda2030: "que nadie quede atrás".
¿Una nueva vida urbana después de la pandemia?
Las ciudades desde sus orígenes han sido espacios de aglomeración, constituyéndose de esa forma en símbolos del progreso y modernidad. En las primeras civilizaciones, estas se transformaron en una forma de habitar en comunidad, fortaleciendo la integración y el intercambio cultural en un mismo espacio geográfico. La convergencia de diversos idiomas, culturas e identidades, resultaron cruciales para la multiculturalidad que hoy conocemos.
También han sido espacios donde se financiariza lo extraído, ya que resultan claves para favorecer el comercio y el intercambio entre sus habitantes. Bajo el slogan de 'ciudades modernas' se ha justificado la producción en serie de un conjunto de equipamientos: paseos comerciales, shopping center, street center, proyectos inmobiliarios, infraestructura de transporte y comunicaciones, todo lo cual hace de las ciudades espacios monótonos, donde no existe cabida para acoger la identidad y costumbres de quienes habitan en su entorno. Prueba de esto último, es lo que ocurre con las hortaliceras mapuche en el centro de Temuco.
En medio de estas dinámicas urbanas mediadas por la acumulación de capital, emergió un virus que mide tan solo unos cuantos nanómetros (120 a 160), y que se erige en uno de los principales desafíos para las ciudades del futuro.
La vida urbana no será la misma luego de esta pandemia. La tendencia de las ciudades que son tensionadas por políticas neoliberales caracterizadas por aglomerar, acumular y concentrar, deberán dar un giro radical. Los nuevos habitantes post pandemia seremos sujetos/as en búsqueda de espacios 'fuera de todo lugar', sin restricciones, ávidos de caminar sobre paseos peatonales y parques que nos permitan dejar atrás meses de confinamiento.
Frente a este desafío, no hay que olvidar que la pandemia nos mostró la profunda desigualdad social que ha caracterizado el devenir de la ciudad en la modernidad, en especial, desde que esta se transformó en el enclave del capitalismo contemporáneo.
La rentabilidad del sistema inmobiliario ha primado por sobre las necesidades de integrar y hacer partícipes a todos y todas de la experiencia urbana, desplazando a los de siempre, a los 'inadaptados' y 'sobrantes' del sistema social en términos malthusianos, a los márgenes físicos y simbólicos de las ciudades.
Si bien los Estados, en su afán de extender el bienestar sobre la ciudadanía, más no siempre la riqueza y el poder, han impulsado por décadas distintas estrategias que buscan compensar las externalidades que sufren los marginados urbanos, las políticas urbanas sólo se han preocupado por higienizar el espacio de los campamentos irregulares, razón por la cual la vivienda social se transformó en el bastión central que permitió coquetear con la idea del derecho a la ciudad. Sin embargo, las malas condiciones de habitabilidad de estas viviendas terminan por develar, nuevamente, las desiguales formas de acceder a una buena calidad de vida urbana, siendo sus habitantes los más afectados por esta pandemia.
Por Dr. Daniel Rozas Vásquez, académico carrera de
Geografía. Laboratorio de Planificación Territorial,
Universidad Católica de Temuco.
Dr. Miguel Escalona Ulloa, académico
carrera de Geografía.
Observatorio de Dinámicas del Sur-
ODISUR, Universidad Católica de Temuco.
Dr. Félix Rojo Mendoza, académico
Departamento Sociología y Ciencia
Política.
Observatorio de Dinámicas del Sur-
ODISUR, Universidad Católica de Temuco.