Quiero aprovechar esta columna para contar una historia bastante sabrosa. Se sitúa en los tiempos coloniales y su protagonista fue el navegante y científico francés Amédée-Francois Frézier, quien estuvo entre 1712 y 1714 estudiando -en teoría- las fortificaciones españolas del Virreinato del Perú. Lo cierto es que su labor era en verdad de espionaje con vistas a intentar encauzar las riquezas americanas hacia la corte de Versalles.
Frézier recorrió sobre todo las costas del Pacífico desde Magallanes al puerto del Callao, redactando un completo informe que incluía mapas de los puertos, fortificaciones militares, depósitos de munición, recuento de piezas artilleras e incluso estimaciones de los soldados hispanos en cada puerto. Su viaje incluyó la bahía de Concepción y también los fuertes de Valdivia, las fronteras norte y sur entre la corona española y el país mapuche en aquel entonces independiente.
En 1716, dos años después de su viaje, Frézier publicó en París el libro "Relación del viaje por el mar del sur a las costas de Chile i el Perú". Fue un éxito editorial, con reediciones en inglés, alemán y holandés, algo inusual en esa época. Cinco años más tarde el propio Luis XIV lo eligió para un nuevo viaje a América, esta vez a La Española (Haití). Allí tendría la misión de construir una serie de fuertes siguiendo el modelo español que observó en los mares del sur.
Pero en su libro Frézier no solo habla de puertos, mapas y fortificaciones. De su paso por la bahía de Concepción incluyó una extensa y detallada descripción de los mapuche, sus costumbres, territorio y estatus independiente respecto del reino de Chile.
"Estos indios no tienen reyes ni soberanos que les prescriban leyes; cada cacique es enteramente independiente y dueño absoluto de su dominio. Aunque nos parezcan salvajes saben muy bien ponerse de acuerdo respecto de sus intereses comunes. Por esta buena conducta y heroísmo han detenido las conquistas españolas hasta la orilla del Bio-Bio", escribe el francés.
El libro, que incluye catorce láminas y veintitrés mapas y planos, cuenta además con bellas ilustraciones del juego de palín - "chueca", le llama -, y de las vestimentas en la sociedad mapuche. Pero no solo a ello prestó atención en Wallmapu. También a las frutillas. "Los indios cultivan campos enteros de fresas; sus frutos son comúnmente del porte de una nuez y a veces como un huevo de gallina. Su color es rojo blanquecino", apunta en su libro.
Hoy pocos saben que la actual fresa que se consume mayormente en el mundo, la Fragaria annanasa, es mitad originaria del territorio mapuche. Así es, nació del cruce experimental de la Fragaria virginiana del este de Norteamérica y la Fragaria chiloensis, la misma que sorprendió al francés en su paso por el país mapuche.
En 1614 el jesuita español Alonso de Ovalle conoció esta fruta blanca (llaweñ) y roja (kelleñ), perfumada y dulce que los mapuche cultivaban en jardines y campos y que por su gran tamaño superaba a la fresa de Virginia y también a la europea, esta última no más grande que una frambuesa. La bautizó como Fragaria chiloensis y así lo cuenta en su clásico libro "Histórica Relación del Reyno de Chile" (1646). Pero un siglo más tarde, en 1714, sería el galo Frézier el primero en llevar con éxito estas frutillas mapuche a Europa, entregando cinco plantas al Jardín Real para su análisis y cultivo.
Parte de nuestra rica historia como pueblo, todavía tan desconocida para muchos en la región y el país.
"En 1714, sería el galo Frézier el primero en llevar con éxito estas frutillas mapuche a Europa, entregando cinco plantas al Jardín Real para su análisis y cultivo".