Aumenta demanda de favores a las "animitas milagrosas"
En estos tiempos tan aciagos, con la muerte acechando hasta en el aire, no está demás recurrir a aquellas almas de triste final, que por lo mismo están dispuestas a conceder el favor que se le pida. A diferencia de los santos, la "animita" es un personaje más contemporáneo, más cercano a nuestra realidad social pues más trágico fue su fin en vida, más efectivo será en sus milagros. La imaginería popular tiende a agregar a su santería sagrada las imágenes de aquellos mortales idos de este mundo en situaciones de horror, o de aquellos que no tuvieron piedad con el débil.
Muy a diferencia de los muertos comunes que son recordados en este Día de Todos los Muertos y cuyas tumbas permanecen este fin de semana extrañamente en silencio a causa del covid-19, están los muertos que no mueren ningún día del año y que se lo pasan respondiendo a favores de sus fieles mortales.
Son las animitas que en cada cementerio de cada pueblo chileno se transforman en el centro de la atención de los dolientes que tras visitar a sus difuntos, pasan a echar con disimulo una mirada a sus luminosas moradas.
Y así permanecen todos los días del año, siempre vivas y dispuestas a responder a las solicitudes de favores de no importa quién sea a cambio nada más que de una flor, una oración, una vela encendida o… lo indispensable, un pizca de fe.
De aquellos no hay más de un caso en cada pueblo y de los que en esta breve historia rescatamos sólo a cuatro.
Finadito Inostroza
Partiendo por la capital regional, al ingreso del Cementerio General de Temuco el visitante es recibido por un plano del camposanto con una lista de personajes famosos que descansan allí, en donde se encuentra el finado Emilio Inostroza, de manera que no hay por dónde perderse para llegar hasta su tumba en el Patio 19 y pedirle un favor.
Según la historia, Emilio Inostroza habría sido un cruel asesino que en 1941 mató a hachazos a sus padres y que hasta el día de su ejecución, el 18 de septiembre de 1943, clamó justicia jurando inocencia.
En una carta escrita en versos de su puño y letra que se conserva a un costado de su tumba, advierte que sería ejecutado injustamente por carecer de una buena defensa.
Así, con el tiempo la tumba del Finado Inostroza comenzó a ser punto de peregrinaje obligado desde todas partes y a permanecer noche y día con velas encendidas. Manos piadosas intentan mantener limpio el espacio y su inmenso murallón ya no tiene lugar para adherir otra placa por favor concedido.
Un panteonero comenta que pobres y ricos acuden en busca de su gracia. Los primeros se dejan ver temprano, en tanto los últimos lo hacen amparados por las primeras sombras de la tarde. "No vaya a ser cosa que alguien los sorprenda pidiendo más de lo que tienen", dice, como si con dinero se pudiera obtener la felicidad.
Bandido Indio Peña
Cuando Traiguén era un chorrillo de agua y la plaza un espacio con árboles jóvenes, el estampido de cuatro balazos despertó a los vecinos que recién comprendieron que las andanzas del temido Indio Peña habían llegado a su fin.
Esa mañana del 16 de julio de 1934 con el cielo oscuro todavía, el capitán de los Trizano dio la orden de fuego y el bandolero Rafael Peña Carrillo caía con el corazón reventado por los disparos de las carabinas.
Sólo fueron cuatro fusileros, según consigna "El Colono" de aquella semana, porque la mayoría de los Trizano se encontraban tras otros cuatreros que asolaban Malleco. El Indio Peña había sido capturado el día anterior y tras un rápido juicio el capitán decidió su ejecución antes del amanecer.
Allí terminaron las correrías del bandido cuyo cuerpo permaneció colgado de los pies durante todo el día para escarmiento de los bandoleros de entonces, pero allí también comenzó la leyenda que convirtió la imagen del asesino en una animita milagrosa que hasta el día de hoy concede hasta los más imposibles favores.
Cuentan que murió joven, a la edad de Cristo, y quizás eso fue lo que dio inicio a la leyenda. Juntando por aquí y por allá diversas versiones que se han venido transmitiendo oralmente, se deduce que el Indio Peña nació en Pichipellahuén. Su padre, hijo de un colono suizo, había heredado la ambición y no conforme con dos mil hectáreas pagó a un cacique dos garrafas de aguardiente por su hermosa hija a la que violó a los quince años. Tras parir y abandonar a su hijo en la puerta de la casa del patrón, la princesa mapuche se lanzó a la mar desde los roqueríos de Casa de Piedra, en tanto el niño era criado por un matrimonio de trabajadores del fundo que le dieron sus apellidos y un nombre.
Su verdadero origen, Rafael Peña lo supo de joven y su primera víctima fue su propio padre, muerto con el pecho abierto de un escopetazo.
Nadie que no tuviera su conciencia limpia podía sentirse seguro ante la amenaza siniestra que surgía en cualquier recodo de la noche, hasta que cayó en poder de los Trizano.
Raquelita y amores
En el patio 20 del camposanto en Victoria, se puede apreciar casi al fondo la luminosa tumba de Raquel Parra cubierta de placas y con velas permanentemente encendidas por manos piadosas y agradecidas de algún favor concedido.
Se trata de la animita que soluciona hasta los problemas de amor imposibles y en donde justo el día de nuestra visita una muchacha meditaba en soledad con la cabeza apoyada en la gruta. "El favor que me concedió es un secreto de las dos que me hizo muy feliz…", confesó la joven, con toda la fe por la gracia otorgada.
Cuenta la historia que Raquelita era una niña de trece años que viajaba en el ferrocarril que unía las localidades de Selva Oscura y Púa. Se ignora si viajaba sola o acompañada de sus padres, el hecho es que Raquelita se perdió en el trayecto y después fue encontrada muerta a orillas de la línea férrea, cerca de la estación de Púa. Había sido violada y asesinada cruelmente.
De su origen y familiares nunca se supo por lo que su cuerpo fue sepultado en una fosa común del cementerio de Victoria, que entonces dependía del hospital local. Luego, algún alma piadosa rescató sus restos y los depositó en una tumba que desde entonces permanece encendida de flores.
El Finaíto de la Barrica
Un escritor de Loncoche, Ernesto Iván, rescató en su libro "Peso Pluma" la historia del "Finaíto de la Barrica" cuyos restos mutilados hoy descansan a sobresaltos en el cementerio local por los tantos creyentes que lo visitan para ofrecerle velas baratas a cambio de algún favor imposible.
Cuentan que hace años en un boliche de vinos, dos jornaleros humildes se trenzaron en feroz riña por el amor de una mujer. Ganó el Zurdo, el más fuerte, que asestó al Petiso Luterio 22 puñaladas en el corazón.
Vencedor y cantinero observaron el cuerpo y decidieron introducirlo a pedacitos en una barrica que luego lanzaron al río Cruces para que se fuera aguas abajo.
Pero no fue así, porque el muerto reclamó justicia enredándose entre unas ramas en donde fue encontrado y rescatado para recibir digna sepultura en una tumba que hoy es lugar de adoración.
Allí, "El Finaíto de la Barrica" espera para conceder lo que usted le pida, porque algo debe haber de cierto en todas las historias que le cuelgan y algún mérito de santo debe rondar alma como para conceder concesiones y buenaventuras por algunas velas o un ramo de flores…