"¿Qué debe hacer el Estado en Temucuicui?", me pregunta la periodista Paula Comandari en Tele13 Radio. "Debe sacarles las manos de encima, dejar de intervenir y hostigar ese territorio", fue mi respuesta. Así lo creo y así lo enseña la abundante experiencia comparada en materia indígena.
"Ello pasa por reconocimiento de sus jefaturas, de la jurisdicción de sus lonkos y traspaso gradual de competencias de gobierno a los territorios indígenas, tal como sucede en muchas partes del mundo", argumenté. "En Estados Unidos y Canadá incluso la investigación de los delitos que se cometen en las reservaciones recae en la policía de la tribu y en sus propios tribunales", agregué.
"Ok, pero Chile no es Estados Unidos y eso no existe en nuestro país", fue su respuesta. Exacto. Chile no es Estados Unidos o Canadá. Aquí no existe el reconocimiento del derecho a la libre determinación indígena, mucho menos el autogobierno tribal y he allí la madre del cordero. Lo intentaré explicar en estas líneas.
Hasta antes de la invasión militar chilena, la mal llamada "Pacificación de la Araucanía", la relación mapuche con la joven República de Chile se basó en la diplomacia de los parlamentos. Es decir, en aquellas juntas que españoles y mapuche mantuvieron sabiamente en más de dos siglos de relación.
El Parlamento de Tapihue (1825, ya en el Chile independiente) fue el último de aquellos. Allí se garantizó nuestra autonomía territorial, el reconocimiento de la frontera, la jefatura de los lonkos y se pactó una relación "de igual a igual", "de nación a nación" que debía perdurar en el tiempo. Fue incluso ratificado por el Congreso Nacional.
Esta situación cambió tras la invasión militar chilena (1860-1883), que como podrán sospechar fue una total violación de lo pactado en Tapihue. De muestra un botón: "Artículo 18. Los gobernadores o caciques desde la ratificación de este tratado no permitirán que ningún chileno exista en los terrenos de su dominio". Pues bien, sabemos lo que pasó después.
Hasta antes de Cornelio Saavedra y sus tropas invadiendo a sangre y fuego las comarcas mapuche, la relación entre el Estado y los mapuche era "de nación a nación". Ello para nada significó levantar un muro en el río Biobío. Existía un rico comercio, intercambios culturales, una bullante vida fronteriza que beneficiaba a chilenos y mapuche por igual.
¿Por qué entonces se nos hizo la guerra? La codicia por las fértiles tierras mapuche fue la razón principal. Codicia empujada por los hacendados y los industriales del trigo, el propio Saavedra uno de ellos. También la codicia por nuestra riqueza ganadera. Esta se extendía hasta las costas del Atlántico cruzando las pampas trasandinas. Ese fue el minuto en que todo cambió.
Derrotados, despojados de nuestras tierras, arrinconados en "reducciones", la jefatura de los grandes lonkos y ülmen (caciques, hombres ricos) desapareció para el Estado. También la diplomacia como forma de resolución de conflictos. Pasamos de lonkos a "indios pobres" y de guerreros a "delincuentes". En palabras más técnicas, del derecho de gentes al derecho penal. Así nos trata el Estado desde entonces.
Ercilla es la prueba más palpable y dolorosa de este racismo colonial chileno. ¿Qué debe hacer el Estado en Temucuicui? Lo repito: Sacarles las manos de encima. Reconocer la jefatura de sus lonkos, traspasar competencias de gobierno, dejar que la propia justicia mapuche resuelva allí los delitos existentes. De ello trata la demanda por autonomía y también la palabra respeto.
¿Qué debe hacer el Estado en Temucuicui? Lo repito: Sacarles las manos de encima. Reconocer la jefatura de sus lonkos, traspasar competencias de gobierno, dejar que la propia justicia mapuche resuelva allí los delitos.