La novela del pintor que dilapidó su herencia
"Retrato del artista como samurái" (Mundana), del ensayista Federico Galende, aborda los grandes y pequeños episodios de la vida y obra del pintor chileno Carlos Bogni.
Carlos Bogni al centro de todo. Carlos Bogni como un algoritmo. El también filósofo Federico Galende retrata al pintor chileno y su caída por la escalera; el viaje que hizo a Nueva York para terminar vendiendo pizzas; el desfalco que sufrió por culpa del mal amor, su casa llena de fiestas y el fin de la herencia familiar, malgastada peso a peso. Entre estos episodios, a veces excéntricos y otras veces cotidianos, se debate de forma pareja "Retrato de un artista como samurái" (Mundana) de Federico Galende.
Galende, filósofo argentino radicado en Chile y docente universitario, es autor de libros que cruzan el ensayo y la novela. Suyos son "Historia de mis pies" (Alquimia), además de otros reeditados hace poco como "Filtraciones. Conversaciones sobre el arte en Chile (1960-2000)" (Alquimia) y "Rancière. El presupuesto de la igualdad en la política y la estética" (Eterna Cadencia).
Esta vez Galende aborda la vida de Carlos Bogni, artista nacido en los años cincuenta, que ha trabajado con varias técnicas y que esporádicamente ha mostrado su trabajo. Un artista misterioso por decir poco.
Galende parece estar en la mente de Bogni, en sus rutinas. El libro combina esas intenciones ensayísticas del filósofo en concentradas reflexiones ("...o tal vez no era más que uno de esos artesanos consecuentes -a diferencia de los artistas, todos los artesanos lo son- que hacen bien su trabajo por el solo hecho de hacerlo bien.") y también el ánimo novelístico para reconstruir determinados episodios de la vida del artista ("...las heladas noches de invierno las recorría ahora pedaleando con fuerza sobre la nieve pastosa...").
La vida de Bogni merecía un libro, en tanto es un programa del arte chileno de la segunda parte del siglo XX. Incluso el mismo pintor, en redes sociales, anota episodios extraordinarios de su vida que parecen sacados del más pulcro diario de vida. Todos los episodios que Galende elige contar son ilustrados por Natalia Babarovic, artista visual de larga trayectoria en el país.
-¿Qué te sedujo de Carlos Bogni para construir un libro sobre él?
-Bogni es un tipo entrañable. Cuando a Neil Young le preguntaban por qué tocaba con los Crazy Horse, decía que era porque los adoraba, porque eran entrañables. Ahora, lo que yo percibí en Bogni es la forma en que la consecuencia de un oficio resiste las operaciones de un arte. En Bogni me interesa su cristianismo pobre (están en él todas las figuras del cristianismo: el sacrificio, el arrepentimiento, la pasión, la vocación, el fracaso, etcétera), y en este aspecto él mismo es un pueblo. Un pueblo hecho de tiempos superpuestos y dislocados, asincrónicos. Parece que perteneciera a todas las épocas históricas a la vez. Sumémosle a esto el asunto de la insignificancia, que nos une en nuestros ejercicios. En una obrita insignificante, las imágenes y las palabras tienen la ventaja de estar menos condicionadas. Nadie está dispuesto a pagar por estas cosas, y eso es político. Mi libro también es eso: un patiecito discreto en el que juegan palabras medio desvalidas.
-¿Cuánto tiempo trabajaste en el libro?
-No lo sé, si hay algo que no mido jamás es el tiempo que dedico a escribir; escribo porque me gusta escribir. En ese sentido pienso la literatura como una tarea inútil, como una manera de tomarse el tiempo y disfrutar del cansancio elegido. Edmond Jabés decía que escribir era poner el mundo a esperar. Y a mí me gusta que el mundo espere mientras yo me concentro en estas boludeces.
-¿Cómo surgió el material del libro? Pareces dentro de la cabeza de Bogni.
-Bogni no importa tanto. Me refiero a que no es una vida totalmente real (ninguna vida lo es), sino el pretexto con el que me encontré a la hora de escribir un ensayo novelado que anudara el drama del oficio con la comicidad de la vida. No estamos en la época del sujeto, estamos en la de los algoritmos. Y Bogni es una especie de algoritmo que precede a la época misma de los algoritmos. Resume todos los elementos de la vida en un oficio sensible. Es el problema de todo el mundo, solo que el mundo olvida esto con tremenda facilidad y la literatura está ahí para recordarlo.
-¿Ves a alguien similar, en la senda de Bogni en estos días en el arte chileno?
-Está en las ilustraciones de Natalia Babarovic: la imperfectibilidad del rasgo como algo que mezcla la risa con la tristeza. Cualquiera que una estas dos cosas en lo desvalido, es también Bogni. De eso trata el libro, no de una persona llamada Carlos Bogni, sino de una figura que volvemos a encontrar una y otra vez en la historia. En un hombre que se cae de la escalera y arma en el suelo, por azar, la figura que buscaba en el cuadro, está el payaso romántico que recibe el tortazo en la cara, y esto a la vez conduce a la figura de Cristo sacrificado en la cruz. Las artesanas y los artesanos, a diferencia de los artistas que persiguen una determinada moda, son gente que hace bien su tarea por el solo hecho de hacerla bien. Yo puedo pasarme horas corrigiendo una frase, y la frase tiene que quedar bien porque tiene que quedar bien.
-¿Habrá espacios como la galería/casa de Bogni, que privilegien la fiesta y el intercambio en el arte chileno actual?
-Por supuesto, hay miles de iniciativas. El problema es que esos espacios están cada vez más limitados a pequeños clubes de amigas y amigos. El circuito de las narradoras, el de los poetas, el de las artistas. Uno presenta el libro de un artista visual, y van algunos amigos compinches que hacen arte, además de los amigotes de otra época o los parientes. La cuestión está en que mientras nada se cruce con nada y se mantenga en pie el purismo de las prácticas en sí, el genocidio cultural sigue su curso. Nuestros cenáculos y grupúsculos son hijos de ese genocidio.
-¿Por qué le importa al artista tan poco el dinero y la fama?
-No sé si le importa tan poco; quizá él persigue el dinero y el dinero lo esquiva. En tal caso, es parte de una construcción literaria, de la vida como una forma que se ofrece a resistir el prestigio. Eso es muy bueno, no porque sea bueno desinteresarse por el dinero, sino porque ese desinterés instala el misterio de nuestra devoción por determinadas cosas. El dinero, si se lo posee sin límites es algo profundamente estúpido y aburrido. A mí me gusta que nunca me alcance del todo, de otro modo me angustiaría. ¿Para qué queremos ser tan libres? Hoy todo el mundo quiere ser libre, pero a mí eso no me funciona.
-¿Pudo leer Carlos Bogni su libro? ¿Sabes qué opina?
-Opina bien, aunque no me consta que lo haya leído.
Federico Galende hizo una novela con la vida del pintor Carlos Bogni.
Por Cristóbal Gaete
"El dinero, si se lo posee sin límites es algo profundamente estúpido y aburrido. A mí me gusta que nunca me alcance del todo".
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