La guerra sin fin que mantienen los vivos
"La otra guerra"(Anagrama) es la crónica de la periodista Leila Guerriero sobre el dolor de las familias y la desidia del estado argentino con los soldados caídos en la Guerra de Malvinas. "Es el impacto de la muerte en las vidas que quedan", resume la autora.
74 días duró la Guerra de las Malvinas, en 1982, entre Argentina e Inglaterra, país que resultó vencedor y mantuvo su dominio sobre las Islas Falkland. Al momento de la retirada, cientos de cuerpos argentinos quedaron caídos en el campo de batalla. Estas personas fueron enterradas por los ingleses, que entregaron un informe al país vecino, entonces dirigido por una dictadura, que nunca lo compartió con los deudos.
Más de 25 años después, el 2008, el encuentro casual entre el oficial inglés a cargo del entierro e identificación de los caídos y un ex combatiente argentino reveló la existencia de ese informe, lo que puso en marcha un plan para otorgar paz a los familiares que no habían tenido noticias concluyentes.
Pero no todos estaban de acuerdo. La agrupación de familiares de soldados y el gobierno no querían colaborar. Más de 10 años tomó ir convenciendo y ubicando deudos para conseguir y cotejar muestras de ADN. Ese tramo es lo que decide ir contando en "La otra guerra" (Anagrama) la reconocida cronista argentina Leila Guerriero.
Guerriero ha hecho una notable carrera con perfiles y crónicas en prestigiosos diarios y revistas de Iberoamérica, a la vez que publica libros que compilan y amplían sus trabajos periodísticos. Destacan "Los suicidas del fin del mundo" (2005), "Plano americano" (2013) y "Opus Gelber. Retrato de un pianista" (2019).
Lo que más llamó la atención de la escritora "fue que la propia asociación de caídos se oponía a la identificación de los cuerpos, y cómo esa oposición tenía un valor tremendamente simbólico. Cualquiera que lo ve de afuera dice que esto es un sinsentido, cómo les va a dar igual no saber dónde está enterrado el hijo, el marido, etc. Nadie quería meter el dedo en esa llaga y enfrentarse con los familiares".
-¿En qué estabas durante la Guerra de las Malvinas?
-Estaba en el colegio, tenía 16 años. Mis padres eran muy jóvenes, entonces mi padre estaba en edad de poder ser reclutado en caso de que se empezara a llamar a la gente para ir a la guerra. Me daba mucho temor eso. Mi familia no participaba del triunfalismo nacionalista en plena dictadura, no estaban a favor, todo les parecía un horror, era una posición minoritaria. Por lo menos en el entorno, estaban todos eufóricos, era extraño. Me acuerdo que, en la misma semana que se declaró el conflicto, yo tenía una profesora de historia muy temida, por exigente, por severa. Ella llegó y dijo algo así, no me acuerdo textual: "Hoy no vamos a seguir con el programa, vamos a hablar por qué es un delirio que Argentina le haya declarado la guerra a Inglaterra". Se la veía muy amargada, y era toda una postura revulsiva para la época. Muy poco después terminó el conflicto y empezó la evidente agonía de la dictadura y ahí sí me acuerdo que íbamos con mis compañeros a cantar un cantito muy inocentón a todas partes, "se va a acabar/ se va acabar/ la dictadura militar".
-¿Cuál sería una justa reparación para los familiares afectados?
-Yo creo que esa es una respuesta que tienen que decir los familiares. A mí me parece muy doloroso que no haya habido ningún contacto oficial del Estado con todos los familiares, comunicando el fallecimiento de cada uno de estos hombres, y una búsqueda de cómo fueron esos fallecimientos para comunicarlo claramente a los familiares. Cada familiar tendrá una respuesta para eso. Para un país que ha hecho tanto trabajo con la memoria como lo es Argentina,
Un joven militar de la fuerza aérea en el monumento a los soldados caídos en la guerra de Malvinas en Argentina.
Por Cristóbal Gaete
"Es la vida de los vivos, que pasó con ellos después de la muerte de su soldado en la guerra".
shutterstock