"No puedo seguir adaptándome"
Extracto del libro "Sergio Larraín. La foto perdida"
Su entrada a la élite de la fotografía internacional fue abrupta, brillante y traumática. Tenía 28 años, recién se estaba despabilando y le hicieron un encargo: debía fotografiar a la mafia siciliana. Ningún otro fotógrafo estaba dispuesto a hacerlo porque entrañaba evidente peligro. Con una mezcla de ingenuidad, emoción y temor, aceptó.
Fue su proyecto más arriesgado, el que imprimió el sabor agridulce que tuvo su corta estadía en Magnum. Estuvo varios meses en Sicilia y nadie se atrevió a decirle dónde vivía el capo de la mafia, Giuseppe Russo. Finalmente, cuando creía que todo estaba perdido, alguien le dijo que vivía en el poblado de Caltanissetta. Partió y se hospedó en la casa de enfrente. No era llegar y acercarse a un delincuente, que entonces tenía varias acusaciones judiciales por robo con violencia, homicidio y extorsión.
Haciéndose pasar por un joven turista interesado en las ruinas romanas, se hizo amigo de un abogado, excompañero de curso del mafioso, quien se lo presentó. Russo era un tipo mal agestado, nada simpático, pero el chileno le cayó bien e incluso lo invitó a comer pasta con su familia. Acá ya se asoma algo que marcaría definitivamente el estilo de Larraín: él no robaba imágenes, sino que se mezclaba con aquello que retrataba, disolviendo las distancias y haciendo invisible su cámara.
Un día después del almuerzo sacó su Leica y comenzó a retratar los objetos de la casa. Russo no dijo nada, tampoco su guardaespaldas. Cuando el capo se levantó para ir a dormir la siesta, lo siguió. Así consiguió una de las fotografías más impactantes de la serie sobre la mafia: Russo durmiendo siesta y atrás de su cama, colgada sobre el muro, una estampita del Sagrado Corazón de Jesús.
Las imágenes de la mafia siciliana fueron un golpe periodístico. Se publicaron primero en Paris Match, pero luego la historia se vendió en todo el mundo, apareciendo en los principales medios internacionales. No llevaba ni tres meses en Magnum y ya era un fotógrafo famoso. Pero hacer este trabajo contrariaba su sensibilidad y traicionaba sus valores. Había tenido que mentir y eso lo estresaba en demasía: era un chico bueno que había jugado a ser malo, un miedoso que se había hecho el valiente. Por esos días, le escribe a su amiga la pintora Carmen Silva: "Estoy nervioso porque me han publicado un reportaje en Match, (…) tirito y miro las fotos del Paris Match (que son sanas y fuertes sin ser bellas, bastante primarias) y esas fotos que casi no me doy cuenta en el momento en que las he tomado, se me hacen importantes y las distingo de las de los otros… Toda la emoción… El Yo".
Aunque al escritor José Donoso le diría más tarde que el trabajo le había producido "gran satisfacción", lo cierto es que en su momento le complicó la difusión que tuvieron las fotos y además le preocupaba que el mafioso se vengara de alguna forma. Por eso destruyó muchos de los negativos que había tomado.
Entre las muchas leyendas que circulan en torno a la figura de Larraín -alimentadas precisamente por su temprano retiro -se dice que el reportaje del capo de la mafia fue su razón para abandonar Magnum. Ya sabemos que eso está muy lejos de la realidad. No fue el final, sino el comienzo de una incomodidad sostenida: nunca soportó el grado de exposición que su trabajo significaba y siempre lo afligió que la fama le afectara el ego.