En el mundo evangélico siempre hemos hecho un llamado a respetar la institucionalidad, y, de hecho, lo decimos sin ningún tipo de contemplaciones, que el evangélico que no la respeta, claramente nunca ha sido un verdadero creyente. No obstante, existe un tema que ha llamado profundamente la atención, sobre todo en instancias como estas que se están desarrollando en el país, ya que hemos oído hablar de fraude, y del cuidado que debe haber en el escrutinio de las mesas y aún más en la digitalización de los mismos sufragios, por posibles intervenciones malintencionadas. Y es a razón de la buena salud social, cívica y democrática de nuestra amada patria, es que hacemos un llamado a quienes están por distintas razones en vías de dar vida a la institucionalidad, sobre todo en estos aspectos del desarrollo nacional, como lo son las elecciones, a que actúen éticamente, elevando justamente el estándar de estas mismas instituciones, las que por cierto no debieran de ser cuestionadas, al menos por lo sustancial de sus roles, que es dar credibilidad y confiabilidad a los procesos democráticos.
La Biblia nos relata algo digno de considerar, y es justamente de Pilato, que fue un gobernador entre los años 26-36 d.C. Este, en el momento de dictaminar la sentencia sobre Jesús, había lavado sus manos, sin embargo, no lavó su conciencia, ya que como dice Mateo 27:18, "Pilato sabía que a Jesús lo estaban entregando por envidia", pero a más de eso, en el versículo 19, su misma esposa le dice: "No tengas nada que ver con ese justo; porque hoy he padecido mucho en sueños por causa de él". Sin embargo, él, ignoró todo aquello y todos sabemos la historia.
Divinamente, existe una responsabilidad mayor, en aquellos que están desarrollando funciones trascendentales en las instituciones, que aunque no lo queramos asumir con la seriedad que amerita esta verdad eterna, todos quienes estamos en una posición de honor, tendremos que dar cuentas de nuestras acciones, sobre todo aquellas en las que no hemos sido veraces, prolijos, sinceros, honestos, pulcros, confiables, y podríamos añadir más adjetivos, pero finalmente, que no hemos estado a la altura de las responsabilidades que se nos han delegado.
El desafío lo tenemos todos, el llamado es transversal, esto es para líderes eclesiásticos, políticos, militares, civiles, sociales, debemos disponernos para que juntos elevemos el nivel de confianza, de justicia, de respeto, de credibilidad en la gente que directa o indirectamente se ven implicados en nuestras decisiones, para bien o para mal.