"Si he producido malestar a nivel nacional o trasandino pido todas las excusas correspondientes, para nada fue mi intención inmiscuirme en el territorio de nuestros hermanos argentinos". Con esas palabras la ministra del Interior Izkia Siches buscó terminar con la controversia suscitada por el uso del concepto Wallmapu en Argentina.
Lo cierto es que se trató de un despropósito. Ambas cosas, tanto sus disculpas como la sobrerreacción de los legisladores trasandinos, por lo visto, tan ignorantes de su propia historia nacional como muchos de sus pares en Chile.
Por extraño que resulte aquella es la creencia de un sector importante de la clase política argentina: que el Wallmapu no existe, que es una invención de piqueteros étnicos, pero que cualquier uso oficial del concepto por parte de Chile implicaría un grave atentado a su integridad territorial. Curiosa contradicción la de ellos. ¿Por qué le temen tanto si no existe?
Lo cierto es que hace tan solo 150 años atrás los mapuche éramos dueños de todo al sur de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Las extensas pampas fueron los dominios de nuestros ancestros, subdivididos a su vez en diversas parcialidades cuyas tolderías abarcaban hasta el Chubut. Allí hicieron fortuna comerciando miles de cabezas de ganado de mar a mar, del Atlántico al Pacífico, de Puelmapu (la tierra mapuche del este) a Gulumapu (la tierra mapuche del oeste).
Y no digamos que eran unos desconocidos para los argentinos.
Consta que las jefaturas mapuche se acercaban con bastante frecuencia a Buenos Aires, la capital. Lo hacían para parlamentar con las autoridades, vender sus productos -ponchos y plumas de avestruz los más requeridos en la capital trasandina- y proveerse de lo necesario para la subsistencia en sus territorios. Existía, más allá de las escaramuzas fronterizas, un nutrido flujo comercial entre ambas sociedades, tal como aconteció en la frontera oeste del río Biobío con los vecinos chilenos.
Los argentinos también cruzaban la frontera y por las mismas razones: parlamentos y comercio. Consta en las crónicas históricas que al menos una vez al año una gran expedición bonaerense se dirigía a Salinas Grandes, rico salar situado en el corazón de Wallmapu, al este de la actual provincia de La Pampa y que abastecía de sal a la ciudad puerto. Para cruzar las comarcas mapuche comerciantes y militares debían contar con la venia de los lonkos, negociaciones que se renovaban año tras año.
Salinas Grandes, distante a veinticuatro días de viaje de Buenos Aires, era una verdadera estación central de rutas o rastrilladas por donde circulaban guerreros, comerciantes, autoridades e inclusive exploradores europeos. Por su ubicación estratégica e importancia comercial, a mediados del siglo XIX el gran toqui Calfucurá sentó allí las bases de un poderío económico y militar nunca antes visto: la Confederación Indígena (1830-1870). "Napoleón de las Pampas" le llama hasta nuestros días la historiografía argentina.
El Wallmapu, el país mapuche de nuestros ancestros, existió. Se trata de un hecho histórico indesmentible, documentado por los propios historiadores y cronistas allende Los Andes. No hablamos de un estado en el sentido moderno, confusión tan absurda como recurrente. Se trata más bien de un vasto territorio cultural y lingüístico que hunde sus raíces en la joven historia común de ambas repúblicas. Fue lo que debió hacer la ministra Siches cuando estalló la polémica por el uso del concepto. Más que disculparse, educar.
"El Wallmapu, el país mapuche de nuestros ancestros, existió. Se trata de un hecho histórico indesmentible, documentado por los propios historiadores y cronistas allende Los Andes".