Fin de año winka
Como el año nuevo mapuche corresponde al solsticio de invierno, es decir, a mediados del frío y lluvioso mes de junio, me resulta difícil escribir en diciembre sobre el fin de año. De allí el particular título de ésta mi última columna de 2022.
Es curioso caer en cuenta de aquello, que chilenos y mapuche vivimos, al menos en lo relativo al año nuevo, en calendarios completamente diferentes. Sí, al final todos nos adaptamos al calendario gregoriano, ya sea en el trabajo, la universidad, incluso a la hora de programar un viaje o las vacaciones familiares, pero dudo que exista un indicador más incuestionable de la existencia de dos pueblos, dos culturas y dos cosmovisiones diferentes que celebrar el fin de año en fechas tan diferentes. Ustedes, los winkas o no mapuche, a fines de diciembre y nosotros a mediados de junio.
Mi observación, aclaro, no busca polemizar. Tampoco generar divisiones odiosas como argumentan algunos apenas escuchan a un mapuche enumerar las diferencias culturales que nos definen y nos marcan en Araucanía / Wallmapu. Todo lo contrario, el conocimiento y aceptación de estas diferencias es la que permite a pueblos distintos, a naciones distintas que habitan un mismo suelo, la maravilla de construir en común. Así, créanme, sociedades mucho más modernas que la nuestra construyen a diario comunidad. Lo hacen sabiamente desde la diferencia, no desde la uniformidad.
De ello trata el desafío intercultural, de poder vivir entre culturas.
Los mapuche, por ejemplo, cada mes de diciembre nos sumamos entusiastas a las fiestas de año nuevo de la sociedad no indígena. Lo haremos, me incluyo, esta jornada, incluido el festival de abrazos que conlleva y que no deja de ser curioso para una sociedad como la nuestra, conservadora en sus protocolos y algo renuente a contactos físicos tan efusivos. En lo personal, lo reconozco, me complican los abrazos, me resultan invasivos. También el beso en la mejilla, los excesivos apretones de manos y otros gestos que la pandemia hizo desaparecer al menos por dos años.
"Pasa que en nuestros modos o idiosincrasia los mapuche somos bastante orientales", repetía siempre mi abuelo. Aun así, esta noche no fallaremos. Y allí estaremos, de seguro felices abrazando a medio mundo.
Lo dije, de ello trata vivir entre culturas, de aceptarse en la diferencia, pero también ser capaces de vivir esa diferencia y ello incluye los ritos, ceremonias y por cierto las festividades de la cultura vecina. Lo propio tendrían que hacer los no mapuche en nuestro año nuevo, en el Wiñoy Tripantu o We Tripantu de cada mes de junio: sumarse a las celebraciones, degustar nuestras comidas, disfrutar de nuestros bailes, pero también maravillarse con el conocimiento que nuestros ancestros tenían del cosmos, la Tierra y sus ciclos naturales.
Los calendarios son eso, conocimiento acumulado de la Humanidad, desde los matemáticos egipcios que descubrieron que el año duraba 365 días a los astrónomos mayas y sus fascinantes calendarios cíclicos. Observación, cálculo, ciencia pura. Lo mismo el gregoriano, hoy de uso a nivel mundial. Se originó a partir de estudios realizados en 1578 por sabios de la Universidad de Salamanca que buscaban corregir la inexactitud del calendario juliano, en uso desde los tiempos de Julio César. El gregoriano fue adoptado en 1582 por el rey Felipe II para la Monarquía española y sus virreinatos en América, incluido el Reino de Chile.
Si esta noche, entre baile y baile, alguien le pregunta qué se celebra, ya sabe que responder.
"El conocimiento y aceptación de estas diferencias es la que permite a pueblos distintos, a naciones distintas que habitan un mismo suelo, la maravilla de construir en común. Así, créanme, sociedades mucho más modernas que la nuestra construyen a diario comunidad".