La unidad es un valor permanente, deseado muy profundamente y el cual se logra o al cual se accede en la medida que la persona va venciendo las variadas formas de egoísmos. Y aquí los gerundios adquieren pleno valor, porque la unidad no se logra con el sólo hecho de pronunciar la palabra, la unidad es tarea.
Si usamos mucho la palabra, fácilmente banalizamos su significado: unidad es un sustantivo profundo, necesario, es utopía y un desafío permanente en un mundo tan rico de diversidad. Una vía que ayuda a relacionar la grandeza de este sustantivo y la vida y ayuda a recuperar su valor, cuando se ha perdido, es la experiencia de unidad y los logros alcanzados en el área pequeña, ya sea a nivel personal o comunitario y cuando apreciamos los grandes logros de unidad en diversos países y a nivel mundial.
También valoramos la unidad al ver lo destructivo y dramático que puede ser la división y sus consecuencias, a todo nivel ¡haciendo todo cuesta arriba! La experiencia de la unidad en áreas más inmediatas, especialmente en tiempos de tanta desconfianza, es un ejercicio muy positivo y necesario. Una auténtica valoración de la unidad, sin duda, pasa por la buena información, por la libertad de conciencia y de opción, entre otros.
Los esfuerzos por llevar adelante incluso buenos propósitos, por grupos, sin ser suficientemente compartidos, sin una considerable relación con la vida, pueden ser vistos como procesos impuestos por élites, con visiones propias, que responden a sus propios intereses.
Aquí aparece otro aspecto que va muy unido al valor de unidad: es su relación al bien o los bienes que se persiguen. La unidad como tal es un bien, con un valor imprescindible, que da la armonía que el ser humano anhela profundamente para sí mismo, para los creyentes, la armonía y amistad con el Creador y Señor de la Vida, la armonía con los demás seres humanos, partiendo por los más próximos y con la creación toda. La división - diavolo - que siempre acecha al ser humano ofreciendo pseudos bienes, no lleva a la armonía anhelada y buscada; al poco andar, causa estragos: enemistad, violencia, destrucción del otro y, al final, lleva a la autodestrucción.
Hoy, los católicos celebramos a Dios Uno y Trino, la Santísima Trinidad. Así se ha revelado Dios Único, Creador y Salvador. Dios que siendo uno es comunidad. No es un dios solitario. En la plenitud de los tiempos, «Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3, 16), Hijo de Dios que es "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, … y por nuestra salvación bajó del cielo" (Credo), por lo mismo, Jesús le dijo a Felipe, uno de sus Apóstoles: «El que me ve a mí, ve al Padre» (Jn 14, 9). El que cree en Él, en el Hijo, tiene vida eterna, que no es sólo la del más allá, sino que es la vida divina que por medio de Jesucristo y el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, llega a nosotros.
Que Dios, Uno y Trino, nos ayuden a buscar incansablemente la unidad, como un gran bien en sí, y que como tal es un deber moral buscarla. La unidad es también una fuerza potente para lograr otros bienes grandes y buenos para todos que nos permiten superar las expresiones de división, fragmentación, distancias, barreras que son un obstáculo para alcanzar el bien común, la paz y así crecer en humanidad y en fraternidad. Que sea un bendecido domingo.