50 AÑOS DEL GOLPE DE ESTADO
A medio siglo del golpe de Estado, todavía podemos ver grandes heridas y divisiones en nuestro país. Hay temas pendientes en materia de verdad y de justicia, que generan dolor y frustración. De hecho, nuestra sociedad no ha podido reconciliarse y sanar plenamente.
Esta conmemoración de los 50 años del golpe de Estado constituye una oportunidad para poner en el debate público; pero, sobre todo, para defender la democracia y los valores que ella representa, entendiendo que una sociedad democrática es la única forma de organización política que nos permite vivir con derechos y libertades.
No cabe duda de que la interpretación de la historia puede variar ampliamente entre las personas y los grupos, según sus creencias o convicciones, pero en este marco, creo necesario destacar que, si bien hay miradas divergentes sobre nuestro pasado, hay temas que no pueden ser relativizados, por el bien de nuestra sociedad y de las futuras generaciones.
No podemos permitir el negacionismo. En dictadura hubo exilio, tortura, asesinatos por razones políticas, desaparecidos, y represión de Estado. Negar esto es negar nuestra historia, nada justifica las violaciones a los Derechos Humanos y los problemas políticos deben ser siempre resueltos en el marco institucional, en el marco del diálogo y del estado de derecho.
Un ejercicio de memoria como éste nos permite concluir, por ejemplo, que ninguna dictadura es buena; que ninguna dictadura se justifica. Sin importar si son de derechas o de izquierdas, todas generan represión y vulneraciones a personas y colectivos. Por lo tanto, vanagloriar el golpe de Estado y el quiebre institucional que supuso, daña los pilares de nuestra democracia.
Debemos, trabajar por profundizar la democracia y desarrollar la virtud cívica en el Estado, debemos poner en valor el respeto, el reconocimiento, la fraternidad y la solidaridad, porque estos principios son los que construyen una sociedad más sana y fortalecida.
A 50 años del golpe de Estado, nuestro llamado es que construyamos nuestras certezas desde la ética, resguardando nuestras diferencias con respeto y responsabilidad. Sólo así nos aseguraremos de que nunca más la violencia reemplace al diálogo, y la intolerancia al reconocimiento y respeto.
En estos tiempos en que enfrentamos desafíos sociales y políticos, recordemos siempre la lección de la historia: que la lucha por los Derechos Humanos es una responsabilidad compartida.
Honremos la memoria de todos aquellos que se levantaron en defensa de los Derechos Humanos en tiempos difíciles. Sigamos su ejemplo, manteniendo viva la llama de la solidaridad y la justicia en nuestros corazones y en nuestra sociedad.