50 años
Como "el mayor quiebre en el alma nacional" han calificado diversos sectores políticos, víctimas de las violaciones a los derechos humanos, el golpe militar de 1973. Sucede que transcurridos 50 años la herida pareciera no cerrar, peor aún, basta rascar sobre ella para que aún siga sangrando. Lo hemos visto en las últimas semanas, con un ambiente político enrarecido y tóxico, producto de la incapacidad de la derecha para dejar atrás su vieja ligazón con la dictadura de Pinochet. De allí su negacionismo, de allí la involución democrática de sus principales partidos y dirigentes, partiendo por quienes nos representan hoy y de manera vergonzosa como región.
Sin embargo, uno como mapuche y conocedor de su historia no deja de sentirse raro, hasta incómodo, con aquella definición del mayor quiebre en el alma nacional. Puede que así sea para los winkas o chilenos, no lo veo tan claro para los mapuche. Para nada minimizo el drama que implicó el quiebre democrático, pero comparado con la mal llamada Pacificación de la Araucanía, esto es, con la guerra de invasión de nuestro territorio, el golpe militar asoma apenas como un zafarrancho. "Comparado con lo que vivieron nuestros bisabuelos frente a los ejércitos de Saavedra, Pinto y Urrutia, la dictadura fue para los mapuche apenas un gobierno winka más", me señaló años atrás un joven dirigente de Ercilla, varias veces encarcelado y apaleado por reclamar en democracia la tierra usurpada de sus mayores. "Yo una vez fui en Santiago al Museo de la Memoria -agregó- y ¿sabe peñi? Nada sobre la guerra que Chile nos hizo, nada sobre el robo de nuestras tierras, la quema de rucas, el arreo de nuestros animales, la cacería de nuestra gente por los campos, todo era sobre la dictadura. Entonces yo me pregunté, dónde parte la memoria para los winkas. Y mi respuesta fue, parte en el golpe militar. Eso da pena y rabia, porque solo sus dolores les importan, no los nuestros", agregó.
¿Es el golpe militar el mayor quiebre en el alma nacional? No tengo porqué dudar que así es para muchos chilenos, víctimas de una dictadura abyecta y criminal como pocas han existido. Sin embargo, dudo implique lo mismo para las nuevas generaciones mapuche de los territorios hoy en conflicto, sea en Ercilla o Tirúa, sea en Arauco o Malleco. Para ellos, que pueblan con sus familiares las cárceles de la zona sur, hay dolores en la memoria mucho más recientes y antiguos a la vez, otros "quiebres" en el alma de un pueblo condenado al menosprecio cultural y a la persecución penal por simplemente reclamar lo propio, "injusticias de siglos que todos ven aplicar y a las que nadie pone remedio pudiéndolo remediar" como cantaba Violeta. He allí otro gran quiebre en el alma nacional, uno que la sociedad chilena, porfiadamente, se niega hasta nuestros días a reconocer y reparar.
"Una paciente lectura de nuestro pasado nos demuestra cómo por debajo de una pretendida estabilidad institucional se escondía una carga desconocida de prejuicios racistas y una larga tradición de represiones", escribe Jaime Valdivieso en el libro "Chile: un mito y su ruptura" (2000), tal vez la más lograda radiografía del carácter racista de la sociedad chilena. "Se hace necesario por lo tanto revisar nuestra imagen de Chile y de nosotros mismos con el objeto de reajustar y precisar nuestra identidad, hasta ahora obcecadamente falseada y traer a la conciencia aquella otra historia para que se complete el espejo en el cual nos reflejamos". Qué sabias palabras.