Habiéndose celebrado nuestro aniversario patrio, resulta pertinente que no sólo se establezcan responsabilidades en lo tocante a las nuevas aristas que se van abriendo en materias del interés nacional, sino que también asuman sus responsabilidades aquellos que ya han sido alcanzados en sus propias tareas delegadas y que no han dado las garantías de un servicio honesto y pulcro. Es innumerable la cantidad de casos en los que hemos visto la falta de profesionalismo y de ética en temas diversos que son por cierto de trascendencia país y casi por arte de magia todo va quedando archivado. Las nuevas noticias van opacando el camino a la solución de los que ya están en estado de descomposición, al parecer estas fiestas vinieron como anillo al dedo para que no se siga hablando de esos temas. Creo firmemente que muchas de nuestras autoridades nacionales, ilusamente piensan que en la memoria colectiva de la gran mayoría de los chilenos eso va quedando en el olvido, y felizmente no es así. Porque verdaderamente queremos ver cambios en todo orden de cosas, incluso en el aspecto eclesiástico, porque es hermoso entregar una homilía muy ceremoniosa y quedarnos de brazos cruzados sin lograr trasmitir un mensaje que no sólo roce la piel de los que nos escuchan, sino que llegue al corazón de ellos y los trasforme, y para eso debemos examinar si nuestro mensaje va en sintonía de lo que Dios ha venido hablando, porque el mensaje de Dios jamás se ajustará a nuestras propias necesidades, muy por el contrario, somos nosotros los que debemos ajustarnos al de él.
En el texto sagrado encontramos la historia de un sacerdote llamado Elí, que no logró trasmitir un mensaje claro de parte de Dios para sus hijos, mucho menos para el pueblo, de hecho la Biblia señala que en ese tiempo la palabra de Dios escaseaba, y no había visión con frecuencia, pensando Elí que esto estaba dentro de lo normal, Dios lo terminó destruyendo completamente, a él y a su familia (I Samuel Cap. 3 y 4).
Pero la Biblia también relata que hubo un rey como Saúl, que habiendo burlado todas las leyes nacionales, llegó a pensar que el pueblo no tenía el derecho a cuestionar nada de lo que él hacía. Sin embargo Dios lo llamó en varias ocasiones para que recapacitara y no habiéndolo hecho, fue destruido (I Samuel Cap. 16).
Finalmente quiero que tengamos presente, que cada uno de nosotros en los puestos en los que nos encontremos, el ojo de Dios está permanentemente sobre nosotros y siendo él mismo el Rey de reyes y Señor de señores, nos examina aplicando su propia disciplina de acuerdo a nuestras acciones.
Pastor presbítero Pablo Pinto Salamanca,
Consejo Regional de Pastores Evangélicos
de La Araucanía