Con la llegada de la primavera si bien los días comienzan a hacerse más largos, con temperaturas más agradables que invitan a hacer más vida al aire libre, lo cierto es que también en esta época se activan las desagradables alergias.

Se trata de manifestaciones del aparato respiratorio ante la intolerancia de una sustancia determinada, que provoca una serie de problemas en quienes las padecen. En términos simples, es una respuesta inmununológica o defensiva del cuerpo frente a una sustancia que, por norma general, no genera ningún tipo de reacción en la mayoría de las personas, la que es provocada por el polen, que es la partícula que emiten las plantas para fecundar.

Una de las más comunes, y que afecta a un importante número de la población, es la alergia al polen y la llegada de esta época representa una verdadera pesadilla que se manifiesta con ojos llorosos, ardor en la garganta e irritación nasal.

Ahora bien, los síntomas de las alergias primaverales son variados, ya que pueden afectar a diferentes partes del cuerpo, como los ojos, la nariz, la garganta, los pulmones o la piel, y se manifiestan, generalmente, como conjuntivitis, irritación de nariz y garganta, congestión nasal y estornudos, y en casos más complejos, con dificultad para respirar.

De ahí que sea importante que las personas que manifiestan estos cuadros puedan acudir a un especialista para recibir el tratamiento indicado que les permita hacer frente a las alergias, evitando, claro está, la automedicación, ya que esto podría complicar aún más la salud.

Como nunca en la historia de la humanidad, hoy se suceden conflictos armados y guerras. De un tiempo a esta parte, no ha habido día en el mundo en que todos los países, interna o externamente, estuviesen en paz. Se constata el ininterrumpido tronar de las armas. Si pudiésemos escuchar a la vez lo que está pasando en todo el orbe, oiríamos sin cesar el trágico sonar de balas, bombas y misiles, acompañado de gritos de odio de unos, y de dolor y de angustia de otros, especialmente de las víctimas inocentes.

Hay conflictos mediáticos, como la guerra entre Rusia y Ucrania o la actual en Medio Oriente. Pero son muchas más lo que pasan casi desapercibidos, como son los conflictos entre Armenia y Azerbaiyán, los combates al interior de Yemen, de Etiopía, el Congo, el Sahel, entre otros, y la violencia descontrolada de pandillas y terroristas en países como Haití y Nigeria, por poner solo algunos ejemplos.

Tampoco nuestro país escapa a esta tragedia del uso de la violencia injustificada sobre personas y comunidades para alcanzar objetivos económicos o políticos.

Se ha de condenar del modo más categórico el reciente ataque terrorista perpetrado por Hamás contra civiles indefensos en Israel. Nunca el fin justifica los medios. Las legítimas aspiraciones del pueblo palestino deben encauzarse por medios que aseguren establemente la justicia y la paz. Oremos por las víctimas de este conflicto, por sus familiares y para que en estos momentos de aguda tensión prevalezca la racionalidad y la prudencia.

Como en tiempos del profeta Jeremías, también nosotros clamamos: "paz, paz; pero no hay paz" (Jer 6,14). Esto es así, porque, para que haya paz, tiene que haber justicia, disposición sincera al perdón, a la reconciliación y al amor. En efecto, "la paz no es la mera ausencia de la guerra, ni se reduce al solo equilibrio de las fuerzas adversarias, ni surge de una hegemonía despótica, sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de la justicia" (Gaudium et spes 78).

Todos soñamos con la realización de la promesa mesiánica de la paz en el corazón de cada persona, entre los individuos de una comunidad y entre las naciones: "De sus espadas forjarán arados, y de sus lanzas podaderas; las naciones no levantarán ya más la espada una contra otra y no habrá más guerra" (Is 2,4).

Para que reine entre nosotros esta paz mesiánica tiene que darse esta condición: "Vayamos, caminemos a la luz del Señor" (Is 2,5). En verdad, para que la paz no sea el fruto de la aniquilación del adversario, sino del abrazar ahora como amigo y hermano al que antes era enemigo, es necesario que sea el Mesías venido en carne, Jesucristo, quien reine con su justicia y su paz, pues "Él es nuestra paz: el que de los dos pueblos hizo uno, derribando el muro divisorio, la enemistad" (Ef 2,14).