Estamos iniciando el Mes de María. En toda familia, la madre ocupa un lugar especial. El Señor quiso que su Madre, la siempre Virgen María, también estuviera en un lugar destacado en la Iglesia. La misma Virgen María se hace profeta de una revelación inspirada en su propio Corazón por el Espíritu Santo: "Desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,48). Y poco después Santa Isabel dirá proféticamente: "¡Bendita tú, María, entre todas las mujeres!". A lo largo de los siglos y hasta el final de los tiempos se cumplen estas palabras. En nuestra generación, nosotros somos los encargados de hacer realidad esta profecía. Lo hacemos, entre otras cosas, con la celebración del Mes de María.
La razón que da la palabra de Dios para esta especial devoción a la Madre del Señor, es dicha por la misma Virgen María: "Porque el Poderoso ha hecho en mi favor cosas grandes" (Lc 1,49). Una de las grandes cosas que Dios hizo en María fue regalarle la virtud de la humildad.
En efecto, ella se llama a sí misma "la esclava del Señor" (Lc 1,38) y, ante su parienta Isabel, reconoce que Dios "ha mirado la humillación de su esclava" (Lc 1,48). Porque la Virgen María es la primera en cultivar en su corazón la humildad, se sabe redimida del Señor, según sus propias palabras: "Dios es mi Salvador" (Lc 1,47).
El fruto del Espíritu Santo en María, el más importante y el más grande en toda la historia de la humanidad, es el Hijo eterno del Padre engendrado en el seno inmaculado de esta Madre Virgen.
Esto lo sabemos por lo que dice el ángel a María: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios" (Lc 1,35).
En los Evangelios se muestran otros frutos de la gracia en María, además de la humildad. Uno de ellos es la alegría del Espíritu Santo: "Se alegra mi espíritu" (Lc 1,47); el otro es el anuncio a los demás de las maravillas obradas por Dios: "Proclama mi alma la grandeza del Señor" (Lc 1,46). Lo que más quiere María es que "la misericordia de Dios alcance de generación en generación a los que le temen" (Lc 1,50).
Porque María es la humilde esclava del Señor, toda su vida, sus palabras y acciones están referidas absolutamente solo a Cristo. Lo que ella vive es lo que nos pide hoy a nosotros: "Hagan todo lo que Él les diga" (Jn 2,5). En esta frase se sintetiza la misión de María y su mensaje a los cristianos.
Así como Jesús nos llegó por María, dándolo a luz en Belén, nosotros llegamos a Jesús por María. Como en la Cruz, en la figura del prototipo de todo"discípulo amado", Jesús dice hoy a cada cristiano: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27). María es la "madre del Señor" (Lc 1,43) y es también nuestra madre.