COP 28
Quizás el hecho que la cumbre sobre cambio climático se desarrolle en los Emiratos Árabes Unidos, uno de los principales exportadores de hidrocarburos, refleja el fracaso de la humanidad de poner freno al hedonismo del crecimiento económico que caracteriza al antropoceno y que constituye la principal causa del tema que discutirán en un diálogo de sordos, digno de una comedia del absurdo, en la COP28 en Dubai.
Comparativamente, una pandemia ocasionada probablemente por la pérdida de ecosistemas naturales que obligan a una interacción intensiva de seres humanos con flora y fauna silvestre es un pelo de la cola con lo que significa la alteración a escala global de los patrones climáticos. Al igual que lo que ocurre en este fundo con vista al Pacífico, las únicas leyes que respeta a regañadientes el ser humano allende Los Andes son las leyes de la naturaleza.
Respetar esas leyes significa actualmente y significará en un futuro no muy lejano, procesos de adaptación a las nuevas condiciones de habitabilidad que impondrá nuestro planeta. Como suele ocurrir en esta era de hedonismo y mercantilización neoliberal a ultranza, los que tendrán mejores probabilidades de adaptación serán ricos y super ricos, el resto se ahogará, sofocará o morirá de inanición o sedientos de agua dulce que no encontrarán.
En sintonía con la distorsión sociopolítica y económica en que chapotean los países del mal llamado primer mundo, por estos pagos subdesarrollados estamos próximos a votar un borrador de texto constitucional que en materia socioambiental está a años luz de lo que se rechazó el 4 de septiembre de 2022 y del yugo constitucional de 1980, donde los privilegiados de siempre le espetan en la cara a los marginados de siempre "que se jodan" con la cantinela de los derechos sociales, incluidos los ambientales.
Es triste comprobar que la única especie ¿inteligente? en el universo conocido, está más preocupada en la cantidad de dinero que pueden ganar un puñado de superricos con el sufrimiento de congéneres más desprotegidos y otras especies no humanas que, en tratar de salvar, para el género humano del futuro, la única roca estelar donde se ha producido esta anomalía cósmica que se llama vida consciente de sí misma.
Marcelo Saavedra P.
El síndrome de la ingenuidad
No soy sociólogo, soy un simple ciudadano que analiza el devenir de nuestro país con la perspectiva de los años vividos. Hace cuatro años atrás, una turba coordinada destruyó el país entero, quemando el comercio, las iglesias, el metro y los edificios emblemáticos. Nos dijeron que la culpa de la mala calidad de las pensiones, de la salud, de la educación residía en la Constitución de 1980, la de los cuatro generales, la de Pinochet. Luego vinieron apoteósicas manifestaciones callejeras en todo Chile exigiendo lo mismo.
Tras eso, cunde el pánico y aparece el carácter ingenuo del chileno. Tras reuniones de los políticos transversales, en una cocina, se acuerda que la Constitución actual deba ser sustituida por una nueva, que garantice la felicidad de los chilenos.
La historia es conocida: se discutió en una Convención integrada por artistas callejeros que simulaban enfermedades, representantes de etnias que llegaban disfrazados, un proyecto de dividir a Chile en naciones, que fue rechazado por el 62% de los chilenos.
Ahora estamos embarcados en un segundo proyecto de Constitución por plebiscitarse. Pero esta vez, los que denostaban a la Constitución de los cuatro generales por considerarla no democrática, nacida en dictadura, ahora le cambiaron el nombre y se llama la de Lagos (como debe ser en realidad) y decidieron votar por ella. Si la eterna ingenuidad de los chilenos votara en contra de la nueva Constitución que se propone, sin ser sociólogo -repito- apostaría a que después del 17 de diciembre, nuestra actual Constitución volverá a llamarse la de los cuatro generales, la de Pinochet y en algunos años más volveremos a la rueda de la ingenuidad con otro proyecto de Constitución propuesto por la izquierda para lograr una Asamblea Constituyente.
Los ingenuos siempre se tropiezan en el mismo palo
Rodrigo Montesinos Vásquez