¿Escuchó estas frases? "Tiene mi confianza" y "Tengo las manos y la conciencia muy limpias". Si tuviéramos que subir al escenario alguno de nosotros a dar una opinión sobre estas declaraciones, sería bastante sencillo. En primer lugar, no tiene la confianza de la mayoría de los chilenos y respecto a lo segundo, sabemos que no tiene ni las manos ni la conciencia limpia, y obviamente un veredicto parlamentario no será la última palabra respecto a esta situación, porque verdaderamente Dios es quien pone la cuota de seriedad en todas nuestras acciones.
Ejemplo de esto es justamente Israel, a quien Dios le enrostra sus pecados. "Así dice Jehová: Por tres pecados de Israel, y por el cuarto, no revocaré su castigo; porque vendieron por dinero al justo, y al pobre por un par de zapatos. Pisotean en el polvo de la tierra las cabezas de los desvalidos, y tuercen el camino de los humildes" (Amós 2:6-7).
Este cuadro de opresión hacia la clase inferior por las personas que gozan de posiciones de privilegio, es solamente el comienzo de la acusación del Señor en contra de Israel, que nos da una buena lección. El Reino del Norte se separó del Reino del Sur a causa de la idolatría. Habiéndose liberado de las limitaciones impuestas por la Ley de Dios, se dejaron llevar por las inclinaciones naturales del hombre para maltratar a los menos afortunados. Esta era una violación de la Ley. El Señor había estipulado claramente y con severidad, las leyes que protegían a los siervos y a los pobres, pero ellos las ignoraban. Los siervos domésticos se vendían por una miseria. Las siervas domésticas las convertían en prostitutas de la familia. La práctica de imponer multas exorbitantes para arreglar cargos inventados era cosa común. Por lo general, de manera literal, a los pobres les quitaban la ropa y la comida de sus mesas. Y ahora, la misma nación que vio de primera mano cómo es que Dios se sentía sobre el estilo de vida pagano de las demás naciones, tenía el mismo comportamiento que había causado el juicio de Dios contra estas naciones perversas. Y lo que es más, ellos también ignoraron las advertencias de los profetas y aun minaron los esfuerzos de aquellas personas que intentaron mantenerse santas. ¿Cómo podrían pensar que Dios no los juzgaría?
A más de esto el Reino del Sur no aprendió la lección del Reino del Norte y cayeron en los mismos pecados por los cuales Dios también los juzgó. El mundo hoy día tampoco ha aprendido la lección. Dios es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos (Hebreos 13:8). ¿Cómo podemos siquiera pensar que Él no nos va a juzgar?
Pastor presbítero Pablo Pinto Salamanca,
Consejo Regional de Pastores Evangélicos de La Araucanía