Según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) más del 60 por ciento de la población mayor de 15 años sufre sobrepeso u obesidad, lo que sitúa a nuestro país en el tercer lugar con esta enfermedad por sobrealimentación de los países miembros, sólo después de México y Estados Unidos.

Por ello, la obesidad y el sobrepeso se han transformado en un preocupante problema de la salud en Chile, cuya principal causa se debe a malos hábitos alimenticios y una vida sedentaria, lo que incluye poca actividad física y dietas alimenticias sobrecargadas de calorías. Esto, según expertos, podría estar relacionado a conductas adquiridas a partir de la década de los '90, que abrió una nueva forma de vida a las familias, con un estilo en que el sedentarismo y el consumo de comida chatarra se incrementaron.

Tampoco se puede obviar que las cuarentenas adoptadas para enfrentar la expansión del covid-19 agravaron el problema.

De ahí que uno de los pasos que se debe dar para enfrentar la obesidad y el sobrepeso es consumiendo alimentos sanos, como los vinculados al mar, los que se deben comer no sólo en Semana Santa, sino durante todo el año.

Por ello, se debe aprovechar el boom en el consumo de estos productos durante la próxima Semana Santa e incorporarlos a la dieta de manera permanente. Teniendo cuidado, eso sí, en adquirir aquellos que cuenten con trazabilidad y cocinándolos de manera correcta.

La Región de La Araucanía tiene una vocación agrícola. Más del 90% de los bienes que genera provienen del campo y éste provee alrededor del 20% del empleo directo regional, siendo base de su multiculturalidad e identidad. A ello se suman las áreas silvestres y bosque nativo, todo lo cual constituye su fisonomía y son fuente de riqueza ambiental, cultural y económica.

Los cultivos tradicionales como el trigo, avena y raps, que correspondieron al 41,8 %, 59,3% y 62,2% de la producción nacional, en la temporada 2022 -2023 respectivamente, mantienen tendencia a la baja en la superficie de producción, la que -en el caso del trigo- ha disminuido en un 50% en los últimos 20 años, lo mismo que su rentabilidad, debido a menores precios.

Casi el 80% de lo que se genera en La Araucanía es producción agrícola primaria, commodities cuyo negocio es dominado por las fuerzas del mercado internacional, donde los grandes ofertantes (Rusia, Ucrania, Estados Unidos, entre otros) determinan las condiciones donde el resto de los productores, como Chile, deberá comerciar.

Por ello, si la producción de estas naciones aumenta, indudablemente los precios caerán y con ello la rentabilidad de los agricultores de La Araucanía, lo que motivará el desinterés por sembrar.

El negocio de los commotidies está basado en gran parte en alcanzar economías de escala, toda vez que los márgenes operacionales son pequeños y volátiles. Para Chile es casi imposible lograr dicha condición, debido a la menor superficie disponible en comparación con los competidores, tipo de explotaciones agrícolas con predominio de pequeñas y medianas explotaciones y sistemas de cultivo predominante.

Los países que no pueden competir satisfactoriamente en estas condiciones, ya sea por clima, superficie, estructura predial, acceso a la tecnología, entre otros, han optado por incorporar ciencia y tecnología para transformar estas materias primas en productos con mayor valor agregado. Así también, el dominio de redes de comercio se ha sumado a la adición de valor de estos productos, resultando en situaciones de alto éxito.

La economía del conocimiento, concepto acuñado hace dos décadas, viene precisamente a ser una alternativa para avanzar en la transformación de los sistemas productivos tradicionales de La Araucanía. Es por ello que el conocimiento que se genera a partir de una ciencia orientada y con pertinencia local, junto a los saberes territoriales, es urgente para salir del rezago productivo, y no sólo esto, también permite progresar a escalas crecientes, lo que no es posible en una economía convencional de commodities, la cual está regida por la ley de los rendimientos marginales que condenan al estancamiento.

Ya tenemos evidencia en nuestra región de empresas innovadoras que han incorporado ciencia y la tecnología endógena para transformar las materias primas agrícolas en alimentos, ingredientes, o biocompuestos, multiplicando el valor de la producción en más de 10 veces, lo que demuestra una nueva vía de progreso para nuestro agro.

Por ello debiéramos preguntarnos si el problema es la rentabilidad del trigo, avena o raps que a su vez determina el interés de siembra, o los conflictos rurales, o es más bien nuestra dificultad de encontrar alternativas con agregación de valor y la necesidad de conectar la ciencia con nuestra vocación productiva.

José Montalva,

delegado presidencial