En el libro de Génesis capítulo 28:17, encontramos que Jacob experimentó un suceso significativo. Según su opinión, la casa de Dios no era un lugar agradable, pues la puerta del cielo sólo podía aterrorizarle -v.17. Se inclinó por los principios de la ley antes que disfrutar de los privilegios y deberes de la gracia, aplazando así su comunión práctica con Dios para el futuro.
Serviría a Jehová en Su casa sólo después de que Él le hubiera guardado y bendecido en todos sus caminos -vv.20-22. ¿No razonamos nosotros de la misma manera? ¿No es verdad que ponemos nuestras condiciones delante de Dios con intención de servirle, igual que lo hizo aquí Jacob? Pero éste no es el lenguaje de la gracia. Si pensamos así es porque conocemos muy poco al Dios de Betel, quien quiere ofrecernos Sus bendiciones de balde, ya que la gracia es sin condiciones, y ser conscientes de ella no puede hacernos más que felices.
Los principios de la gracia son que sirvamos a Dios como hijos suyos amados, porque suspiramos estar en su presencia y deseamos satisfacerle en todo. Entonces, no hay razón para temer su presencia, porque nos hemos acercado a él por la sangre de Cristo.
Para estar seguros, no es algo natural estar en la luz de la presencia de Dios, ya que como pecadores éramos totalmente indignos de permanecer ante Él. Pero como santos e hijos, Dios nos ha aceptado en el amado -Efe. 1:4-6. Él se ha revelado en Cristo, la cabeza de una generación nueva, y nos mira con gracia.
Para la carne, no obstante, es algo terrible estar en la presencia de Dios. Los designios carnales son enemistad contra Dios y no pueden satisfacerle -Rom. 8:7,8. La carne hace lo que le parece y nos aparta de Él.
En esta etapa de la vida de Jacob, parece que no se había dado cuenta de ello. Siguió su camino confiando en sus propias capacidades. Sólo cuando llegó a Peniel se dio cuenta de que no debía esperar nada bueno de la carne, y sí de depender exclusivamente de la gracia de Dios.
En Juan 6:63 leemos que la carne no aprovecha nada. El espíritu es el que nos da vida y el que nos capacita para servir a Dios. Entonces, debemos aprender a juzgar la carne y a identificarnos por la fe con el Cristo resucitado de entre los muertos.
Ésta es la lección en Peniel, y la condición necesaria para disfrutar de las bendiciones de Betel. Ya no confiaremos en nuestra propia fortaleza, antes bien, daremos gracias a Dios por todo lo que ha realizado a través de Cristo Jesús, nuestro Señor. Tampoco temeremos la presencia de Dios, sino que nos aceptará como hijos felices delante de Él.