¿Por qué buscan entre los muertos al que vive?" (Lc 24,5). Esta es la pregunta dirigida por los ángeles a las mujeres que muy temprano van al sepulcro para visitar el cadáver de Jesús. ¿Qué respuesta debería darse? La más obvia a los ojos de la experiencia humana: buscamos a Jesús entre los muertos simplemente porque murió.
Ante la muerte lo único que resta por hacer es ir a llorar a la tumba. Con la muerte, hasta la misma esperanza muere. Es por lo que, cuando a María Magdalena, al ver el sepulcro vacío, le preguntan: "¿Por qué lloras?", responde: "Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto" (Jn 20,13). Pero las mujeres reciben una respuesta desconcertante. La razón por la que no está el cadáver de Jesús es muy sencilla.
Todo se resume en una sola palabra: "¡Resucitó!" (Lc 24,6). Esta es "la" palabra más importante pronunciada en toda la historia de la humanidad. Verdaderamente Cristo ha resucitado, venciendo a aquel enemigo que siempre nos vencía: la muerte. En Cristo se nos abren las puertas de la vida eterna.
La esperanza vuelve a tener sentido. En este Jubileo de los 2025 años del nacimiento de Jesús, el Papa Francisco nos recuerda que hay una esperanza que nunca defrauda, hay una promesa que se cumplirá con toda seguridad. La Resurrección de Cristo es el fundamento de nuestra esperanza cristiana. En efecto, "la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5).
Cristo todo lo hace por amor a nosotros, desde que vino a este mundo hasta su glorioso retorno al final de los tiempos. Así como él "me amó y se entregó por mí" en la Cruz (Gál 2,20), también resucitó por mí, por amor a mí. Más aún, por amor a todos los hombres "vive siempre para interceder a favor de ellos" (Hb 7,25).
El gran don prometido e intercedido por Cristo es el Espíritu Santo. Él nos conducirá a la verdad plena y nos recordará todo lo que Jesús nos enseñó. Es tanto así, que "nadie puede decir: «¡Jesús es Señor! Sino por influjo del Espíritu Santo»" (1 Cor 12,3). El Espíritu Santo en la Iglesia, a través de los Sacramentos, actualiza en el aquí y ahora de cada uno de nosotros los frutos de la Resurrección de Cristo. Por el nacimiento nuevo del agua y del Espíritu, "fuimos con Cristo sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva" (Rm 6,4). Y por la comunión eucarística, se nos da la vida eterna y la Resurrección: "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn 6,54). El Espíritu Santo nos conceda ser peregrinos de esperanza por la fe en Cristo resucitado.
Francisco Javier Stegmeier Schmidlin,
obispo de la Diócesis de Villarrica