Correo
Nueve años del incendio del Mercado
Se cumplen nueve años desde el incendio del Mercado de Temuco, y todo indica que aún pasará más tiempo antes de verlo nuevamente en funciones. Aquella noche salí de mi casa para ver con mis propios ojos las llamas que consumían uno de los pocos espacios de encuentro que quedaban en pleno centro. Como todo temuquense, lloramos la pérdida de ese rincón antiguo que resistía en un centro arquitectónicamente desordenado, lleno de edificios que no conversan entre sí, y que hoy refleja una preocupante falta de identidad. Mientras tanto, los centros comerciales chinos avanzan, debilitando al pequeño comercio local.
En el Mercado gasté mi primer sueldo, invitando a mi madre al Mercadillo, atendido por la recordada Ermelina Acuña. Era uno de los locales más vistosos, repleto de fotos de presidentes y billetes del mundo. También canté allí con la Tuna UFRO, uno de los tres puestos que nos dejaban entrar a dar serenatas y recoger algunas monedas que tanto nos ayudaban. Luego de cantar, nos sentábamos junto a la fuente de cisnes, mirando las latas de zinc del techo y alguna que otra gotera.
La última vez que entré, salté las panderetas, cuando aún no había señales de reconstrucción. Entre las ruinas oscuras, creo haber visto uno de los cielos más estrellados que puedo recordar. Ojalá toda esa nostalgia sobreviva hasta que podamos recorrer nuevamente esos pasillos, con el árbol que crecía en una de las puertas, sentir sus olores mezclados, mientras el sonido de un trompe se escabulle entre gritos y ofertas.
Ricardo Olave
Temuco, la ciudad que se camina
Es imposible no reparar en lo que ocurre hoy en la Avenida Alemania y otras arterias importantes de la ciudad. A ciertas horas del día, avanzar a pie entre la Avenida Andes y Avenida Caupolicán es más rápido que hacerlo en automóvil. Esto, que podría parecer una anécdota urbana, es en realidad un síntoma claro de cómo nos movemos -y quizás, de cómo pensamos- la ciudad.
Camino mucho. A veces por opción, otras por necesidad. Si el tiempo apremia, recurro a algún modo de electromovilidad. Solo en la última instancia uso el auto. Y cada vez que lo hago, no dejo de preguntarme lo mismo: ¿tiene sentido mover un artefacto de más de dos toneladas para trasladar a una sola persona que, en la mayoría de los casos, pesa menos de 100 kilos?
Imaginen por un momento una imagen de rayos X lateral: una persona sentada al volante de una gran camioneta, atrapada en el taco, rodeada de autos iguales, todos con un solo ocupante. Un artefacto que consume energía, espacio, tiempo y además contamina. Y al final de ese trayecto, hay que encontrar un lugar donde dejar ese objeto grande, costoso, y protegerlo del clima.
Claramente -salvo excepciones- la respuesta tiende al no.
Pero las alternativas existen. Están ahí, aunque muchas veces no las queramos ver. La locomoción pública es una opción, aunque no está exenta de los mismos cuellos de botella. Bicicletas, scooters, motos pequeñas, caminar. Todas requieren un cambio de hábito. Y ese es quizás el punto más difícil: mientras estas decisiones sigan siendo voluntarias, probablemente sigamos eligiendo lo más cómodo. O lo que creemos que lo es.
Temuco sigue siendo, en muchos sentidos, una ciudad caminable. Pero muchas personas eligen no caminar, aunque podrían. Por costumbre, por comodidad, por percepción de inseguridad o simplemente porque el auto está ahí, disponible.
La ciudad que se camina es una ciudad más humana. Más pausada, más cercana, más consciente. Tal vez no podamos cambiarlo todo de un día para otro. Pero sí podemos empezar por hacernos una pregunta sencilla cada vez que salimos de casa: ¿realmente necesito usar el auto para esto? A veces, basta con dar un paso para empezar a ver la ciudad de otra forma.
Raúl Escárate Peters, arquitecto / director ejecutivo+CIUDAD+ VIVIENDA